28 de agosto de 2017

Diez años sin Antonio Puerta


En 1905, Albert Einstein enunció su célebre Teoría de la Relatividad. Según ella, el tiempo avanza a ritmo diferente según el sistema de referencia escogido. Será ese el motivo por el que recuerdo el 28 de agosto de 2007 como si fuera ayer. Era un caluroso día de verano como otro cualquiera, de esos que Sevilla parece un horno, quizá enrarecido por el ambiente de incertidumbre que se respiraba en la ciudad desde el partido de Liga disputado días atrás entre Sevilla y Getafe. Un encuentro que perduraría para siempre por las razones que nunca deben ser recordados los partidos de fútbol: la tragedia.

Han cambiado mucho las cosas desde entonces. Yo tenía quince años, la recesión económica se preparaba para llegar sin ni siquiera haber sido invitada, se podía fumar en los bares, el Milán ganaba Copas de Europa y España estaba dividida entre los seguidores de Los Serrano y Aquí no hay quien viva. Con una noticia referente a esta serie, nos despertaríamos aquella indeleble mañana. La muerte de la actriz Emma Penella se sumaba a la del escritor Paco Umbral, como preámbulo de una trágica jornada que sería finalizada por una noticia que, no por esperada, estaba exenta de dolor.

Porque la esencia de Antonio Puerta se desplegaba más allá del sevillismo. De su bota izquierda saldría el zurdazo ante el Schalke 04 en las semifinales de la Copa de la UEFA de 2006 que llevaría el primer paragüero a las vitrinas del Sánchez-Pizjuán. La denominada Zurda de diamantes, como fue acuñado por la afición rojiblanca, representaba la política deportiva del club donde la combinación entre cantera y jugadores poco conocidos a nivel internacional tantas victorias depararía al equipo de Nervión en los años venideros. 

Tal día como hoy hace diez años, la magia de Antonio Puerta se apagaba para siempre, pero su recuerdo no había hecho más que comenzar. Hoy tendría treinta y dos años, un hijo al que jamás conoció y, con bastante probabilidad, un Mundial, dos Eurocopas en su palmarés; y, tal vez, más títulos levantados con el club de sus amores. Una década después, el fútbol continua estando un poco más huérfano. Y es que esta fatal noticia nos enseñaría que las desgracias unen rivalidades irreconciliables, que no hay mayor título que la vida y que ésta no entiende de colores.