24 de marzo de 2016

Hasta siempre, Johan. ¡Contigo empezó todo!


Hoy es un día triste para el mundo del fútbol. La noticia que todos los aficionados barcelonistas y del fútbol en general no querían oír ha llegado. Johan Cruyff, uno de los jugadores y entrenadores más legendarios del FC Barcelona nos ha dejado esta mañana al no poder superar las complicaciones surgidas a causa del cáncer de pulmón que le fue diagnosticado el pasado mes de octubre. Una enfermedad que evoca malos recuerdos en el corazón azulgrana y en todos a quienes ha golpeado con sus penosas consecuencias. Tenía 68 años.

Se va un mito. Uno de los pocos deportistas que cimentó su leyenda como jugador, con tres Balones de Oro en su haber (1971, 1973 y 1974) para luego rubricarla como entrenador, tras haber liderado al indeleble Dream Team, que cautivaría al orbe balompédico mundial en los años noventa. Un personaje que, con su particular carisma y carácter, nunca dejó indiferente a nadie. Sólo Cruyff sería capaz de lucir una camiseta diferente a la del resto de sus compañeros de la selección, por motivos de contrato. El Flaco colocó las bases para que la historia del FC Barcelona cambiase para siempre. Y bien que lo hizo. Su legado es incalculable. Lideraría al mejor equipo azulgrana de todos los tiempos, con permiso de sus pupilos Pep Guardiola y Luis Enrique, para conquistar la primera Copa de Europa del club en el mítico estadio de Wembley en 1992. Un título que le había dado la espalda a tantas generaciones que habían luchado por llevarlo a las vitrinas de Can Barça.

Elegido mejor futbolista europeo del siglo XX, hablar de Johan Cruyff es hacerlo de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, al nivel de Pelé, Maradona, Di Stéfano o Zidane. El Flaco cambiaría para siempre la idiosincrasia azulgrana. Su amor por el fútbol ofensivo, que aprendería bajo la batuta de Rinus Michels en la escuela holandesa, quedó patente en la filosofía que aleccionó en Barcelona. Cruyff no concebía el fútbol si no era por medio de la posesión del esférico, el gusto por el juego atractivo y la obsesión por el ataque como mejor modo para defender, desprendiéndose de la racanez y el catenaccio especulativo. Al fútbol siempre debe jugarse de manera atractiva. Debes jugar de manera ofensiva, debes ser un espectáculo, sentenciaría en uno de sus memorables aforismos.

Cuando aterrizó en la ciudad condal como entrenador en 1988, Cruyff organizó la política deportiva de La Masía como pilar fundamental de su nuevo proyecto. Y no se equivocó. Bajo su batuta, insignias célebres como Pep Guardiola, a la postre su sucesor, y otros mitos foráneos como Laudrup, Koeman y Stoichkov alcanzarían el rango de leyendas mundiales. Jugadores con los que su relación sobrepasaba los límites del terreno de juego. Sólo así se explica los cigarrillos que compartía con Romario o con el mismo búlgaro con quien, pese a acabar mal, no escatimaría palabras de cariño y admiración. Ese sería el nocivo humo, con el que tantas veces peleó pero que finalmente le ganó la batalla.

Autor de frases tan geniales como Todo el mundo sabe jugar al fútbol si le dejas cinco metros de espacio u otras, brillantes y escuetas a partes iguales como Salid y disfrutar, la figura de Johan Cruyff ha marcado a generaciones que tuvieron la fortuna de verlo jugar y volar como jugador en el Camp Nou para luego culminar su inigualable trayectoria deportiva en su etapa como entrenador. Con la selección holandesa, a pesar de perder la final del Mundial de Alemania 1974 ante la Mannschaft de Franz Beckenbauer y Gerd Müller, su legado sería tan titánico que la Naranja Mecánica sería más recordada que el combinado teutón campeón del mundo. De hecho, el Káiser comentaría entre risas años después. Cruyff era mejor que yo, pero yo gané el Mundial y él no.

Dicen que cuando muere alguien que admiramos, una pequeña parte de nosotros también se va. Algo así debe haberle ocurrido esta mañana a Pep Guardiola, del que fuera entrenador, maestro, mentor y amigo. Y la dramática coincidencia ha querido que haya sido de la misma enfermedad que su fiel e inseparable Tito Vilanova, casi dos años después, y la que puso a prueba la valentía y coraje del gran Éric Abidal. Compungidos, todos hemos asistido al adiós de una leyenda que se ha ido de forma silenciosa y lejos de todo ruido mediático. Un rey sin corona mundial que se resarció de la victoria que la historia le robó para iniciar la senda del triunfo con los 42 títulos que el Barcelona ha logrado desde la llegada de Cruyff, sin duda, uno de los peloteros favoritos de quién redacta estas líneas. Y es que, parafraseando al ya eterno maestro holandés: El fútbol es un juego de fallos, por tanto, siempre se puede mejorar.

Buen viaje y gracias por todo. Parece que al final contigo realmente empezó todo.