23 de enero de 2018

El día que Ronaldinho bailó por sevillanas


Esta semana hemos asistido a la retirada del que fue, sin duda, el mejor jugador del mundo durante mucho tiempo. Se trata, con permiso de Leo Messi, de Ronaldinho Gaúcho. El crack brasileño llegó a Barcelona en 2003, procedente del París Saint-Germain, con la misión de aportar color y fantasía a un acomplejado y gris conjunto azulgrana que ese año se conformaba con disputar la Copa de la UEFA. Sin embargo, y como si fuera el último escollo del destino a sortear, el soñado debut del astro carioca se haría de rogar más de lo previsto.

Corría el 3 de septiembre de 2003 y el Camp Nou se engalanó para albergar el partido correspondiente a la segunda jornada de Liga frente al Sevilla. Con el aforo lleno hasta la bandera, en Barcelona todos estaban con la miel en los labios por presentar a Ronaldinho. Y hacerlo lo antes posible. Cabe destacar que por aquellos años aún las selecciones no disponían de un calendario FIFA propio para sus respectivos partidos, de modo que tanto las federaciones como las ligas colocan sus encuentros, sin tener en cuenta las incompatibilidades con los clubes. Habría tan mala suerte que dicha jornada coincidiría con la convocatoria de selecciones. Los jugadores internacionales del conjunto azulgrana se tendrían que marchar el martes para las concentraciones y el Barça no podría presentar a Ronaldinho ante su afición.

Sin embargo, aún habría un as bajo la manga. El FC Barcelona pactaría con la Federación Brasileña de Fútbol que Ronaldinho viajara con Brasil el miércoles por la mañana, para que pudiera jugar frente al Sevilla el martes e incorporarse con la canarinha lo antes posible. Pero el Barça no contaba con que el Sevilla no se mostrara de acuerdo con aplazar el partido, que en teoría tendría que jugarse el miércoles, para el martes. Así que, ante la negativa del club hispalense, el Barcelona decidiría celebrar el encuentro en la noche del martes al miércoles, pero a las 00:05 horas.

Se trataba de un hecho inédito en nuestra competición doméstica. Pese a la poca asistencia de público que se preveía, pues un partido entre semana que terminaría sobre las dos de la madrugada en un día laborable no parecía el escenario idóneo para presentar a la estrella del equipo, el Camp Nou se preparó como en una nit mágica. Incluso se preparó un amplio catering que saciara el apetito de los seguidores barcelonistas, mientras contemplaban el debut de Ronaldinho. Y en la hora de las brujas, como se conoció aquel partido de entonces en adelante, poco importó que al día siguiente todo el mundo se tuviera que levantar temprano para trabajar.

En aquel adormecido Barça, muchos jugadores internacionales como Saviola, van Brockhorst, Cocu, Reiziger, Overmars se marcharon con sus combinados nacionales. A ello se le sumaría la baja del por entonces crack azulgrana Kluivert por lesión, por lo que sería un partido repleto de suplentes. Con un Sevilla enfrente erigido en torno a dos muros defensivos de la talla de Javi Navarro y Pablo Alfaro —y unos jovencísimos José Antonio Reyes y Daniel Alves—, Ronaldinho comenzaría a deleitarnos con la magia que desplegaría por el césped azulgrana y a la que nos acostumbraría en las temporadas venideras. Era algo así como la antesala dorada que precede toda etapa indeleble. Tacones, filigranas, caños y sombreros imposibles serían sólo un aperitivo de lo que se avecinaba.

Con un gol legal anulado a Darío Silva, el Sevilla pondría al Barça en más de un aprieto. Tanto sería así que Reyes transformaría un penalti provocado al uruguayo que no pudo atajar Víctor Valdés. Parecía que el debut de Ronaldinho iba a tornarse de un sabor agridulce, en un partido que debería ser recordado para la posteridad y contado a las futuras generaciones. Los de Rijkaard no se amilanarían y, lejos de caer vencidos ante el vendaval sevillista, dejarían en los pies de Ronaldinho la acción que en el minuto 58 levantaría de sus asientos a todos los presentes. 

El Gaúcho comenzaría una galopada desde la mitad del terreno de juego. Sorteando rivales que caían como fichas de dominó, culminaría con un potente disparo desde veinticinco metros que reventó el larguero de la portería defendida por Notario. El Camp Nou vibró con tal magnitud que los 80.300 espectadores provocaron un pequeño seísmo que fue registrado por los sismógrafos del Observatori Fabra de Barcelona, como colofón a un golazo que sería el preludio de la fantasía y magia que la sonrisa de Ronaldinho instaló en un Barça instaurado en la autocomplacencia y que, de la mano del brasileño, firmaría una de las páginas más doradas de su historia.


Fuente: Reportaje emitido en Movistar +: Fiebre Maldini (6/2/2016): Ronaldinho, a medianoche.