31 de mayo de 2011

Wembley 2.0 - ¡Campions!


En primer lugar, me gustaría pedirte disculpas a tí, querido lector, por la tardía publicación de este reportaje-crónica pero, como declarado seguidor culé que soy, los menesteres sucedidos por la victoria en Wembley me han apartado del PC hasta hoy, día en el que me he puesto a trabajar en este post que, sinceramente, espero que disfrutes.

Las horas de sueño eran más bien escasas, los minutos parecían horas y a la vez segundos. Los colores azulgranas se divisaban a lo lejos en forma de camisetas de aficionados de cualquier parte. En realidad, recordaba al nerviosismo y a la tensión que nos acostumbró La Roja durante su estancia en Sudáfrica hace ya casi un año. Esta vez algo era distinto. Como bien dice la canción: Football is coming home...

Aunque los nervios podían palparse, algo nos decía que las cosas irían bien. Si hacemos las cosas como sabemos, los rivales se despeñarían como piedras en el abismo. Nuestra andadura por Europa comenzó hacia septiembre. En general, nuestros rivales en Europa eran más fuertes que los años anteriores aunque el Barcelona superó con facilidad un grupo formado por Copenhague, Rubin Kazan y Panathinaikós. Con goleadas, remontadas o alguna victoria in extremis, el Barça certificó su pase a octavos de final para medirse al Arsenal de Fábregas y Wenger.

Cuando las cosas parecían ir como una balsa de aceite en otro escenario londinense, Van Persie y Arshavin colocaron por delante a los pupilos de Wenger y dejaba la eliminatoria abierta para la vuelta en el Camp Nou. Tras la justa expulsión del delantero holandés, el Barça superó por 3-1 al Arsenal después de que Messi hiciera de maestro de ceremonias en dos ocasiones y Xavi anotara otro tanto que abría de par en par las puertas hacia los cuartos de final.


¿Quién dijo que en el Barça existe la Messidependencia? Nada más lejos de la realidad. Además, la delanterodependencia no toma un papel relevante en el equipo azulgrana. Prueba de ello es el siguiente partido ante el Shaktar Donetsk. Se trata de un equipo más correoso de lo que parece a priori. Piqué, Xavi, Iniesta, Alves y Keita sentenciaron la ida con un 5-1 engañoso en el que el equipo ucraniano pudo haber hecho mucho más. Tras los goles anotados por jugadores no delanteros, la vuelta en tierras ucranianas acabó con un 0-1, obra de el de siempre, Messi.

De este modo, se abrían paso las semifinales, nada menos que contra el Real Madrid. El marco de las semifinales se componía junto a dos clásicos más, originando un mes de abril irrefrenable. La ida en el Bernabeu fue marcada por la expulsión de Pepe y por toda la polémica que suscitó. Pese a lo que muchos digan, justa. De pronto, una arrancada por banda de Affelay acabó en un preciso pase a Messi que se coló entre las piernas de Casillas. Ese gol sirvió de antesale ante el gol del partido y, por qué no decirlo, de la competición. Una combinación perfecta entre Xavi y Messi generó una galopada maradoniana de La Pulga que dejó atrás a seis jugadores blancos y batió al segundo palo a Íker.


Una semana después con las correspondientes rajadas de Mou, el Camp Nou acogía la vuelta de las semis. El portugués prefirió verla en su hotel. Se perdió el buen gol de Pedro y el empate de Marcelo. La incidencia más importante fue el gol anulado a Higuaín tras falta previa de Ronaldo que cayó sobre el tobillo de Mascherano. Tras lloriqueos y quejas, el Barça llegaba a la gran final de Wembley donde le esperaba una gran cita con la historia.

La mañana de la final me levanté cuando los rayos de sol ya habían entrado por la ventana y yacían acomodados en la estancia. En mi cabeza resonaba el ruido de los fotogramas al sucederse. En efecto, los antecedentes de París y, en especial, de Roma se proyectaban cual diapositiva en mi mente una y otra vez. ¿Tenía que preocuparme por algo? No. Sencillamente, era maravilloso.

Los prolegómenos de la final venían preparados con antelación. Una noche inolvidable merecía una fiesta sin precedentes. Una de las personas más culés que conozco, Jenaro, se había desorbitado en gentileza y, junto con cervezas, picoteo, ron y tabaco de cachimba, organizó los preámbulos de una noche histórica para el barcelonismo.


A nuestra particular fiesta, se unió por un poco intervalo de tiempo otro barcelonista de pro, Germán, aunque éste no vio la final con nosotros por motivos de tradición familiar. Después de platicar a largo y tendido, de todo y de nada con Jenaro, las copas empezaron a sucederse una tras otra. La cerveza también tuvo un rato de dominio por la tarde hasta que, media hora antes del pitido inicial, bajamos al bar de abajo de casa de Jenaro donde habíamos quedado con Jorginho, Carlitos, Muros Rueda, Colmena, Alejandro y, un invitado de lujo, Jesús.

Creo firmemente que los partidos se recuerdan en el tiempo por las circunstancias que lo rodeaban cuando se vivieron. Éste es el mejor momento para poner en práctica mi peculiar filosofía en un sitio tranquilo y rodeado de buena compañía. Años después cuando lea la guía Marca (o la que sea) podré decir que viví aquel histórico encuentro en Wembley de esa manera.

En un momento dado, todos nos acomodamos en nuestras butacas, los espectadores del bar esperaban ansiosos el pitido inicial, Pepe, nuestro camarero, paseaba airosamente atendiendo y sirviendo copas. Nuestros corazones, azulgranas varios, sevillistas algunos, béticos quizás y, aunque parezca fuera de contexto, hasta cadistas, se juntaron en uno sólo. Comenzaba el partido. Comenzaba la gran final de Wembley...


El Barça salió a por el partido desde el principio. A decir verdad, la final en los primeros diez minutos recordó a la de Roma. El Manchester comenzó dominando el partido y Valdés salvó una clara ocasión de Wayne Rooney. Paulatinamente, el Barça encontró su lugar en el campo y las ocasiones comenzaron a sucederse. Ya empezábamos a ver a nuestro Barça.

Los movimientos de Messi eran tan frenéticos que ni Vidic ni Ferdinand podían marcarlo. También merece una mención propia Andrés Iniesta que desbordaba en el centro del campo, combinaba a la perfección y personificaba la transición defensa-ataque. Xavi jugaba por delante de los mediocentros Carrick y Giggs de modo que la posesión favorecía al Barça.

Las líneas de presión del Manchester se fueron de vacaciones y, por así decirlo, el United le regaló el balón al Barça, algo que, a largo plazo, aseguró el suicidio de los red devils. Así nació el primer gol del Barça, obra de Pedro. El canario materializó un gran pase de Xavi Hernández y engañó a Van Der Sar que hizo de estatua. Los ingleses sabían que lo peor que les podía pasar era un gol del Barça que supuso un jarro de agua fría.


No obstante, siete minutos después Rooney empató el encuentro a merced de una pared de Giggs con la sangre fría que caracteriza al jugador inglés. De esta forma, se llegaba al descanso mientras las gradas de Wembley rugían ansiosas el comienzo de la segunda parte.

Se puede decir que el resto del partido fue más fácil que la primera mitad. Sólo había que ver a los jugadores del United con los brazos caídos, corriendo detrás del balón y ejerciendo una tímida presión. Otra de las características más sublimes del Barça es la capacidad que tiene para hacer correr el balón en lugar de sólo correr los jugadores. La perdición de los diablos rojos fue precisamente esa, cederle el balón al Barça.

Con los extremos muy abiertos, el fútbol combinativo del Barça encontró en Wembley su máxima expresión. Messi encaraba a sus anchas, libre de marca. Las botas de todos los azulgranas parecían estar impregnadas en SúperGlue porque era realmente una tarea ardua quitarles el balón. El mareo era constante y, además, las entradas a destiempo del United favorecían siempre al Barcelona, de modo que era misión imposible quitarles el balón a los de Pep.

Escuché recientemente que el Barça es como la orquesta del Titanic, básicamente, porque tocan hasta el final. Así, llegó el segundo del Barcelona. Un suave pero a la vez potente disparo de Messi entró en la portería de Van Der Sar, una leyenda del fútbol europeo que pone su punto y final a su etapa como jugador. El júbilo estalló en las gradas porque la aportación goleadora llegó cuando más se necesitaba.


En otro orden de cosas, fue un partido limpio, sin jugadas sucias, con pocas tarjetas y escuetas interrupciones. En consecuencia, la continuidad fue constante de forma que el público lo agradeció casi tanto como el siguiente gol. En efecto, la puntilla la clavó Villa al igual que su tiro a la escuadra de Van Der Sar. El Guaje sacó al goeador que enamoró a propios y a extraños en Sudáfrica, sacó la ira que acumulaba en su interior y calló a muchos detractores. Fue un gran gol, por belleza e importancia.

En un encuentro ya sentenciado, la tensión se fue de paseo por otros lares. El árbitro pitó el final entre la alegría azulgrana y la caballerosidad inglesa. La marea azulgrana arrió las localidades de Wembley, hoy día un templo para el barcelonismo. La gente agitaba al viento sus banderas y bufandas. Londres era del Barça por una noche y por un lugar en la eternidad...

La Sampdoria ha cometido falta a borde del área. Será Stoichkov quien tocará para Bakero. Koeman ejecutará el libre directo. Un soberbio disparo ha entrado en la portería de Pagliuca. Catorce años después, en tierras parisinas, Eto'o la colocará entre el césped, el palo y Almunia para firmar el empate ante el Arsenal. Un rato después, una inverosímil pared comenzada y solucionada por Belletti con Larsson como ayudante se colará entre las piernas del joven guardameta español.


La historia quiso que, de nuevo de la mano de Pep Guardiola, el Barcelona reeditara lo acaecido en Wembley dieciete años atrás. Era 2009 y el Barça del triplete tocaba el cielo con el United, otra vez, como espectador en primera persona.

El Dios del Fútbol ha querido que cobre vida, cual fénix de las cenizas, el mejor recuerdo futbolístico de Pep. Subirá de nuevo los venticuatro peldaños hasta el palco del nuevo Wembley. El antiguo fue derribado en 2002 pero el aura barcelonista sigue presente allí. Esta vez, Guardiola subirá las escaleras como entrenador, como ya hiciera en su día su mentor y maestro Johan Cruyff.


Por su parte, Gerard Piqué cometió sus ya habituales travesuras y se dispuso a recortar las redes de la red como hizo en Roma dos años atrás. Pero poco después ocurrió algo. Tuvo lugar uno de esos gestos por los que merece la pena invertir tiempo, dinero e incluso la salud por un deporte tan maravilloso llamado fútbol.

El capitán, el de La Pobla, Lo puto Crack le cedió el brazalete de capitán a alguien que ha ganado el partido más importante, el de la vida. Éric Abidal alzó al cielo de Londres la Orejona. La cuarta Copa de Europa de la historia del club ratifica que, lejos de ser sólo un equipo de fútbol, es es también un grupo humano con unos valores inmortales que brillan en el firmamento.

Pocos clubes pueden presumir de hacer un fútbol tan exquisito y ser una familia tan compenetrada. En cuanto a lo primero, las palabras de Sir Álex Ferguson tras la conclusión del partido lo dicen todo: Nunca nadie nos había dado una paliza así. Por lo segundo, ese gesto tan importante no deja lugar a dudas del ya famoso eslogan: El valor de tenim valors.


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