22 de mayo de 2012

Los valores del Real Madrid


A petición personal de mi buen compañero y amigo Migue, me embarco en esta intrépida aventura que sobrevolará, como el nombre indica, por la historia del Real Madrid. Aunque exenta de sexo, coches ardiendo y tiros a raudales, la que están a punto de presenciar es una de esas tramas en las que el protagonista pasa de caernos bien a profesarles una profunda aversión por méritos propios. Como se diría en la gran pantalla, sería un cambio brusco en la personalidad del personaje que, obviamente, incide en el argumento de la cinta.

La historia de nuestro protagonista se gesta en Francia a mediados de los años cincuenta. Al otro lado de los Pirineos, un periodista de L'Équipe llamado Gabriel Henot tuvo un sueño. Sobre él revoloteó la onírica imagen de crear una nueva competición. En suma, ideó que los campeones de cada liga europea disputaran una nueva competición para dictaminar, así, quién sería el mejor equipo del viejo continente.

Ese revolucionario sueño se plasmó en algo tangible poco tiempo después. La UEFA empleó su aparato logístico para facilitar las infraestructuras necesarias con las cuales la exuberante idea de aquel periodista francés se tornara en algo real en poco tiempo. Aquel lejano esbozo se convirtió hizo realidad. Fue así cómo en 1956 se crea oficialmente la Copa de Europa que, en su primera edición, se adjudicaría el Real Madrid de Di Stéfano, Rial, Kopa, Puskas y Gento que goleó al Stade de Reims por cuatro goles a tres.


Aquello fue el germen de la competición europea más prestigiosa y tuvo en su regazo a la saga más gloriosa y laureada de la historia del Real Madrid. Santiago Bernabéu fue valedor de aquel pretencioso proyecto en el que floreció el mejor Madrid de la historia con la consecución de las cinco primeras ediciones del torneo. Su formato y dificultad distaban diametralmente del actual. 

Entonces no existía el envolvente himno actual ni tampoco los balones con motivos de estrella. Lejos de los opíparos contratos televisivos, el embriagador merchandising y las edulcoradas estrellas, aquello era una sana competición. En la actualidad, un recital de señores con corbata que se frotan las manos con sus opulentos contratos de varios ceros han ido desvirtuando la competición, aunque la magia del fútbol permanece indemne.

No cabe duda de que aquel Real Madrid pasaba como una apisonadora por encima de sus víctimas. Tanto es así que la final de la quinta Copa del club, celebrada en el año 1960 ante el Eintracht de Frankfurt, terminó con el rocambolesco y desaforado marcador de 7-3, con hat-trick de Di Stéfano. Aquel partido está considerado como uno de los más grandes de la historia. De hecho, durante los años 90 la BBC seguía emitiendo el partido con asiduidad y en Inglaterra se programó durante cierto tiempo todos los días de navidad.


Eran tiempos felices. La esencia de los años 20 trasladada al apogeo del régimen franquista. Tiempos donde el Real Madrid era un club castizo y generoso, en los que Punto Pelota no había visto la luz y en los que las mocitas madrileñas coreaban alegremente el himno del club de todos los españoles. Tiempos en los que José Mourinho sólo era un humilde niño portugués y en los que Cristiano Ronaldo no existía ni en sus fantasías más salvajes. Tiempos en los que el mejor jugador del mundo sí era portugués. Otros tiempos...

Grande fue también la Quinta del Buitre. Aquella generación de canteranos comandada por Butragueño, Míchel, Pardeza, Martín Vázquez y Sanchís se proclamó cinco veces consecutivas campeones de Liga, logró una extinta Copa de la Liga y dos ediciones correlativas de la Copa de la UEFA. Eran épocas de cantera, de apostar por chavales formados en casa y, cómo no, de señorío. Estos brillantes futbolistas no pudieron ser condecorados con la Copa de Europa.

Fue una provecta demora de 32 años sin que el Real Madrid ganara el torneo en cuya creación estuvo implicado, sin hacerse con su competición fetiche. En realidad, era algo parecido a lo que ocurre actualmente, pero se aceptaba la derrota y no se culpaba de ella a los árbitros. Ahí estaba el Oporto de Paulo Futre, la Juventus de Platini o el Milán de Sacchi. El Real Madrid expandía su hegemonía a lo largo y ancho de todo el territorio nacional pero no encontraba el tan anhelado cetro europeo.


Es lo que tiene la libertad de expresión: todo el mundo tiene voz y el mundo de llena de opinólogos, que no siempre son buenos. Muchas voces dicen que el Real Madrid es el mejor equipo de la historia y tan sólo ha ganado 9 Copas de Europa pese a que la competición existe de forma ininterrumpida desde 1956. Es más. El equipo capitalino siempre ha tenido a los mejores jugadores de la época. ¿El Barça? Según estos refutados opinólogos, nunca ha sido ni un atisbo de la penumbra del sacrosanto escudo del club. Para que el argumento de las 9 Copas de Europa me convenciera, el Madrid debería tener por lo menos 27 Copas de Europa. ¿No ha tenido siempre a los mejores? Pues el movimiento se demuestra andando...

Oí en cierta ocasión que los buenos equipos son esos que cuyas jugadas y estilo permanecerán indelebles en la mente de todos los aficionados. Los clubes históricos aportarán algo nuevo al deporte, ya sea un concepto paradigmático o un fútbol de ensueño. Ahí está Mourinho con su Real Madrid y el rebaño de borregos que siguen ensimismados sus viscosos regueros de babas. La arrolladora del Madrid de Mou bate récords mientras aburre al mundo. ¿En serio alguien verá en el futuro algún partido de Mourinho?

Tras la Séptima, llegó la Octava y luego la Novena con el mago Zizou. Eran tiempos en los que, aunque cueste creerlo, Mourinho era del Barça y espetó que siempre lo llevaría en el corazón. Era cuando Karanka no actuaba a merced del portugués y ganaba Copas de Europa. Fueron los años en los que Messi aterrizó en Barcelona como presagio de un inquietante futuro en el devenir del club. Y, aunque parezca sobrenatural, eran tiempos en los que nunca le robaban nada al Real Madrid. Como causa extraterrenal, los blancos no le metían el dedo en el ojo a nadie. Era el mundo perfecto, pues la palabra robo brillaba por ausencia, se vivían tiempos turbulentos en Can Barça, todo el mundo salía exultante del Bernabéu, y no había visitas inesperadas en el párking del Camp Nou. Amig@s madridistas, ¿Realmente es esto lo que quieres?

16 de mayo de 2012

La alargada sombra de Zinedine Zidane


El fútbol francés no levanta cabeza desde el 9 de julio de 2006. Cabeza es la palabra apropiada para definir aquella fatídica final del Mundial de Alemania 2006 en la que el mago Zinedine Zidane se despedía del fútbol profesional, tras el incidente con Marco Materazzi, del que abjuraría tiempo más tarde. Aquello, lejos de ser un hilarante vodevil, es historia negra de la selección francesa que, por extensión, llega a nuestros días seis años después.

Esa noche podría haber sido el colofón a una inigualable carrera. Zidane contribuyó a firmar las páginas más gloriosas de una selección francesa que, por méritos propios, se había catalogado con el indeseable apelativo de perdedora. Un Mundial y una Eurocopa después, les Bleus se consagraron como uno de los mejores equipos de la última década, mediante la práctica de un fútbol físico y expeditivo que es paradigma en la selección francesa.

En realidad, la selección de Francia de 2006 era un equipo venido a menos. La mala actuación de los galos en el Mundial de Corea-Japón 2002 y la Eurocopa de Portugal 2004 dejaba a Francia muy lejos de ser favorita para el Mundial. De hecho, en las casas de apuesta, su nombre era difícil de ver. La selección dejó serias dudas en sus partidos de la fase de grupos en la que sólo pudo ganar a Togo, tras empatar con Suiza y Corea del Sur. Accedió a octavos como segunda de grupo, jugando más mal que bien. 


El papel del seleccionador, Raymond Doménech, fue muy estigmatizado, pues nadie depositaba su confianza en aquel enervante técnico. A partir de octavos, la autogestión impuesta por el equipo francés dio un salto de calidad, metió la quinta velocidad y doblegó nada menos que a España, Brasil, vigente campeona entonces y la Portugal de Figo y un joven Cristiano Ronaldo que ya despuntaba en el United.

Se reeditaba la final de la Eurocopa 2000 pero en un escenario de la Copa del Mundo. Francia siempre había sido el verdugo histórico de Italia, como ya ocurriera en los cuartos de final del Mundial de 1998 y en la final de la Eurocopa dos años después. Si había algo que los italianos deseaban impedir a toda costa, era llegar a una dramática tanda de penaltis. Históricamente, se comprueba que es el talón de Aquiles de la azurra. Desde los once metros, Italia perdió contra Argentina en Italia 1990, en la final de Estados Unidos en 1994 ante Brasil y en los cuartos de final de Francia 1998 ante la selección local.

El fútbol de Francia en 2006 era poco vistoso y férreo. Contaba con jugadores consagrados en el país vecino como Vieira, Thuram o Sagnol, con jóvenes promesas como Ribéry y Malouda que, tras la retirada de Zidane, no han encontrado su mejor momento en la selección. A decir verdad, Ribéry es en este momento el jugador más talentoso que hay en Francia pero, a años luz de Zidane, al fútbol se juega con once jugadores.


Una final entre Francia e Italia no tiene sorpresas. Ver a dos equipos tan pragmáticos no hace saltar los resortes del sistema cardíaco. Tras un interminable y tedioso encuentro, Zidane, provocado por presuntos insultos del defensa italiano Marco Materazzi, no se lo pensó dos veces y arremetió su alopécica cabeza contra el pecho del zaguero del Inter de Milán. Lamentablemente, el reglamento del deporte rey se muestra muy tajante en estos asuntos: agresión conlleva expulsión. Elizondo sacó roja al astro francés y, a la postre, Francia perdía en los penaltis tras el fallo de David Trezeguet. Curiosamente, el jugador franco-argentino firmaría uno de sus más gratos recuerdos ante Italia en la final de la Eurocopa 2000 con su indeleble tanto a Toldo. Mismo rival, sentimientos opuestos...

Adicionalmente, otro mito de Les Bleus como Fabien Barthez también abandonaría la selección tras el Mundial, por lo que los galones de la capitanía serían depositados en el hombro de Thierry Henry. El primer gran evento sin Zizou sería la Eurocopa de 2008 en la que Henry, jugador por entonces del Barcelona, acusaría un preocupante bajón físico y mostró un nivel que no sería ni la sombra del exhibido en Arsenal en los mejores años de su carrera. Tití sólo marcaría un gol en la Eurocopa de 2008 ante Holanda y les Bleus no pasaron la fase de grupos.

De este modo, lejos quedaban los Deschamps, Desailly, Djorkaeff, Pirés, Karembeu, Leboeuf, un veterano Patrick Vieira y, obviamente, Zidane, sobre el que se edificó el equipo. Sí acudiría a la cita en Austria y Suiza, Makélelé, jugador que había perdido velocidad en corto y a duras penas sacaba el balón jugado cómodamente. Su sustituto sería Lass Diarra, jugador de condiciones muy similares al ex-madridista, que venía desempeñando un rol más aceptable que su compatriota.


Era algo inminente. A Francia le era necesario un relevo generacional que depurara la veteranía que se había apoderado de la selección. Aparecieron nombres como Benzema, Ben Arfa, Nasri, Ribéry, todos ellos comparados de alguna forma con Zinedine Zidane pero, ahora más que nunca, cobra fuerza aquel aforismo de que las comparaciones son odiosas. Sustituir a un jugador de la talla de Zizou es complicado, por no decir imposible. Por desgracia, en la prensa abunda un erróneo criterio de comparar con la persona equivocada, basándose en variables que distan mucho de la realidad. En Francia es difícil encontrar un jugador fornido con un perfil tan técnico. Así pues, esa constante necesidad de comparar con Zidane a un jugador de perfil similar deja patente que aún no se ha superado la retirada de Zizou.

La sombra de Zizou llegaría hasta el Mundial de 2010 o, mejor dicho, el Motín de 2010 con la idea revolucionaria del Aux armes citoyens! como fondo. Se trata básicamente de una de las más vergonzosas actuaciones de una selección en un Mundial. Los jugadores se negaron a entrenar e incluso el frívolo Nicolás Anelka vejó a un desacreditado Raymond Doménech. Es cierto que Francia, fiel a su paradigma, cuenta con grandes jugadores de futuro y atacantes habilidosos como Flamini, Gourcuff, Diaby, Nasri, Valbuena, Malouda, Cabaye, Ben Arfa, Benzema o Ménez, pero falta esa magia impresa por Zizou. Pasarán muchos años para que podamos volver a ver a un jugador así.

Desaparecieron las tres rayas de Adidas y se abrió paso el opíparo swoosh con una cara nueva en el banquillo, Laurent Blanc. El nuevo técnico francés colocó su propio granito de arena en la historia más bonita del fútbol francés con el Mundial de 1998 y la Eurocopa 2000. Sin embargo, la sombra de Zidane sigue siendo muy alargada y el equipo galo firma una decepción tras otra. Tras el fin de ciclo de Francia en 2006, lo único cierto es que Zidane marcó un antes y un después. En eso consiste ser un gran jugador, no una simple baratija a precio de costo.

En la actualidad, son numerosos los jugadores franceses que los medios comparan con Zidane como Nasri y Gourcuff. Sin embargo, Zizou son palabras mayores en Francia.

11 de mayo de 2012

Cuando Mou conoció a Tito


La vida está llena de casualidades. Existen sucesos que no obedecen a un orden lógico y racional sino que están empañados de una subjetividad, serendipia o inquietante coincidencia. Como no podía ser de otro modo, el fútbol también es un escenario donde también prolifica un sinfín de estás anécdotas. La de hoy la protagonizan nada menos que José Mourinho, entrenador del Real Madrid, y otro míster, Tito Vilanova, muy pronto a las órdenes del Barcelona.

Esta acción se remonta a un lejano 24 de marzo de 1998. Un Camp d'Esports acogía una semifinal de la Copa de Cataluña que enfrentaba al Fútbol Club Barcelona de Van Gaal con el modesto Lleida en el que militaba un tal Tito Vilanova. En aquel Barça, ya sin Bobby Robson, se desempeñaba José Mourinho como segundo entrenador, a la sombra de Van Gaal.

Aquel encuentro se saldó con la victoria del Barcelona por un gol a dos, lo que le valió para comprar el billete a una final que, finalmente, acabó perdiendo ante el Europa. Curiosamente, hay que navegar entre la amarillenta ficha técnica del partido para conocer que Tito Vilanova fue el autor del solitario gol del Lleida por medio de un certero disparo de falta. Lo realmente trascendente fue lo que sucedió en el banquillo del Barça.


El irritante Louis Van Gaal le dio el mando del equipo a José Mourinho en un momento determinado del encuentro que, al finalizarse, sería el encargado de hablar con los medios de comunicación. Fue entonces cuando el recién nombrado entrenador del Barcelona, Tito Vilanova, anotó aquel preciso gol ante Vítor Baia en un agónico minuto 86 de partido. Sería el primero de los goles que Mourinho encajase como entrenador en su dilatada carrera. Dicho sea de paso, en aquel Barça jugaban unos jóvenes Xavi Hernández y Carles Puyol. Además, el portero portugués sería campeón de Europa años después con Mou

Un irreconocible Mourinho, ataviado con el chándal del Barça, respondió con amabilidad y educación a los encargados de prensa. Ha sido un partido muy positivo para todos, porque jugamos con gran profesionalidad para llegar a esta final, manifestó el portugués tras aquel provecto partido. Además, Mou se mostró en sintonía con el uso de la cantera y la filosofía del equipo azulgrana. Ver para creer.

Tuvieron que esperar trece años para que las vidas de Mou y Tito se volvieran a cruzar. Lamentablemente, no fue de forma tan fructífera ni amable. Obviamente, fue en la Supercopa de España de 2011 en la que Mourinho tuvo la desmedida amabilidad de meterle el dedo en el ojo al próximo entrenador del Barça. De este modo, la magia del fútbol aplicada a la vida ha hecho posible que, después de tantos años, recordando un inmemorable partido, los destinos de José Mourinho y Tito Vilanova se vuelvan a juntar, esperemos, de forma más edificante.


Fuente: Miki Soria (4/5/2012). Tito Vilanova marcó el primer gol que encajó Mourinho como técnico. Diario Sport.

4 de mayo de 2012

Partidos históricos: Valencia - Bayern 2001


Hoy rendimos homenaje a dos equipos con cuentas pendientes con la historia. La final de la Copa de Europa del año 2001 es uno de esos partidos en los que un equipo llega a acariciar la Orejona con las yemas de sus dedos. El final de esta historia es el arrebatamiento de la brillante adquisición, justo en el momento que se empieza a ver muy cerca el preciado galardón europeo.

En realidad, la historia de esta final comienza dos años antes. En 1999, la final homóloga de la Liga de Campeones se celebró en el Camp Nou. El Bayern de Múnich dominaba cómodamente el encuentro ante el Manchester United gracias al gol de Mario Basler que sumía a los alemanes en una balsa de aceite. Nadie dijo que el fútbol fuera un deporte justo. Oliver Kahn contempló desde una óptica panorámica como los sendos goles de Ole Gunnar Solskjaer y Teddy Sheringham rompían en añicos las ilusiones del Bayern.

Sólo hay profundidad y vacío tras una derrota así, aseguró el guardameta Oliver Kahn. Por su parte, el Valencia de Héctor Cúper acudía a la final de San Siro como subcampeón de la edición anterior. En el año 2000, la primera final de Copa de Europa entre dos equipos del mismo país, Real Madrid y Valencia, fue testigo silencioso de la amarga derrota ché. Los valencianistas pagaron con creces su inexperiencia en finales de tan alto y nivel y el Real Madrid pasó por encima de ellos como una apisonadora.


Llegó 2001 y un legendario escenario europeo como San Siro acogía una envolvente final entre un coloso, el Bayern de Múnich, y un equipo más modesto dispuesto a hacer historia, el Valencia. De este modo, se abrió en el horizonte una oportunidad para ambos equipos de resarcir sus heridas con el pasado. Sólo puede ganar uno. Con toda probabilidad, sólo uno de ellos saldarán sus olvidables cuentas con un pasado no tan remoto.

Por su parte, el Valencia llegó a la inaplazable cita con más experiencia que el año anterior. La desoladora derrota ante el Real Madrid sirvió para unir un equipo que ganó en madurez y cohesión. El partido no pudo empezar de mejor forma. A los tres minutos de juego, Gaizka Mendieta transforma un claro penalti con tanta entereza como precisión. Una jugada análoga cambiaría el devenir del partido. El lateral derecho del Valencia, Jocelyn Angloma comete pena máxima sobre Stefan Effenberg. Mehmet Scholl disparó el balón al centro de la portería, encontrándose con un espléndido Santiago Cañizares. Serían los cinco minutos más vertiginosos de la historia moderna del fútbol con dos penaltis señalados.

Con una victoria por la mínima, el partido llegó al descanso con los narcóticos efectos sobre la motivación que ello suele implicar. Al reanudarse el partido, el Valencia jugaba con Baraja como pivote defensivo y Aimar en el vértice del rombo como mediapunta. Héctor Cúper sustituiría a Aimar por Albelda para así dar robustez al centro del campo ché. Se criticó al Valencia se colocar sus líneas muy retrasadas y de entregar el balón al conjunto alemán. Realmente, el Bayern de Múnich encerró al Valencia en su propia área.


El Bayern de Múnich iba por detrás en el marcador. Sin embargo, el espíritu de la desgracia futbolística acontecida dos años atrás en el Camp Nou retumbaba en las mentes de los jugadores. Había que consagrarse como un colectivo unido y luchar hasta el final. No se equivocaron. Nuevo penalti para el Bayern. Con más clase, esta vez Effenberg lo anotaría. El Bayern erigió un acosador juego que ahogó al Valencia con un pragmatismo alemán. El encuentro se tornaba muy lento y llegaría hasta sus extremos más finales.

El dramatismo lo colocarían las constantes acometidas del Bayern, dueño del balón. Zahovic dispuso de una clamorosa ocasión al final que no se aprovechó. Fueron 120 minutos de incansable lucha táctica. Diecisiete equipos eliminados por parte de ambos clubes y una angustiosa prórroga no fueron suficientes para que la Orejona tuviera nuevo dueño. El nuevo rey de Europa se dictaminaría desde la distancia fatídica.

Cuenta Kahn que los penaltis fueron un lastimoso y oscuro túnel. El Valencia no era un equipo con un balance muy positivo en el cómputo global de los penaltis. El ensordecedor ambiente y la demora del árbitro en marcar el inicio de la tanda agilizaba el nerviosismo de los guardametas, Cañizares y Kahn. Todas las miradas del mundo estarían puestas en los guantes de los mejores arqueros del planeta entonces. Se lanzaría el primer penalti. Todo lo demás es historia negra en la historia del Valencia.


Cañizares afronta cada penalti como una batalla psicológica. Paulo Sergio falla. Mendieta coloca el primero del ValenciaSalihamidzic empata. Marca John Carew. Anotan Zickler y erra Zlaovic que deja la tanda totalmente equilibrada. Dos aciertos y un fallo para ambos equipos. Quedan dos penaltis para cada club. No se puede fallar. Anderson lo hace y es en ese momento cuando el Valencia roza por primera vez la Copa de Europa. Sin embargo, Carboni realiza un potente lanzamiento al centro de la portería que encuentra la desdicha en la mano de Kahn y en el travesaño. Sería el penalti que condena al ValenciaEffenberg Baraja  marcan sus respectivos disparos. La tanda llegó a la muerte súbita.

Anota Lizarazu y Kiy González. El Valencia ya no contaba con garantías desde los once metros. Djukic y Angloma no eran lanzadores de penaltis. El equipo ché se temió lo peor. Se dispone a lanzar Linke. Cañizares pensaba que, al tratarse de un central, ejecutaría un lanzamiento fuerte y centrado con el empeine. Pero el defensor bávaro dispara un frío disparo ante el estupor de Cañizares. El penalti decisivo saldría de las botas de Pellegrino. No se puede fallar. Fallaría. Lanzó un tiro cruzado que fue hábilmente atajado por Oliver Kahn. Terminó la tanda. La alegría del Bayern se combinaría con la desgracia del Valencia.

Kahn estaba tan concentrado en el partido que tuvo que mirar a sus compañeros para saber que era el último penalti. El Bayern de Múnich ganó su cuarta Copa de Europa después de 25 largos años de sequía. La última gesta en la competición de los alemanes contaba con Franz Beckenbauer y Gerd Müller como artífices. El Valencia aglutinó todo el sufrimiento deportivo que puede albergar un equipo con dos finales consecutivas perdidas. El Dios del Fútbol se apiadó del Bayern y recompensaría al Valencia en 2004 con la consecución de la Copa de la UEFA y la Liga.

Valencia: Cañizares; Angloma, Ayala, Pellegrino, Carboni; Mendieta, Baraja, Kily González, Aimar; Carew, Sánchez. DT: Héctor Cúper.

Bayern de Múnich: Kahn; Lizarazu, Linke, Andersson, Kuffour, Sagnol; Scholl, Effenberg, Hargreaves, Salihamidzic; Élber. DT: Ottmar Hitzfeld.


Fuente: Crónica del partido en Ciberche.net