En mis años como jugador amateur jugando con amigos he advertido un detalle que, por si fuera poco, también he percibido cuando veo un partido por la televisión. Algo que los futbolistas con talento y más experimentados hacen una y otra vez y algo que a muchos otros les falta para acabar de germinar completamente. Básicamente, estoy hablando de la importancia del control orientado. ¿No te suena? Tranquilo, sigue leyendo.
Dicen los entendidos en materia futbolística que Zinedine Zidane era diferente a los millones de jugadores restantes coetáneos por un detalle muy significativo que lo elevaba a una categoría con la que los demás no se atrevían ni a soñar. Además del arsenal de títulos y galardones individuales de su palmarés, la diferencia estribaba en la sutileza y majestuosidad con la que llevaba a cabo controles orientados. Da igual que se tratase de un balón golpeado muy fuertemente y con escaso margen de maniobra para controlarlo. Zizou se sacaba de la chistera un inverosímil, elástico y estético control.
¿Sabéis lo más importante? El mago francés conseguía orientar el balón de acuerdo a la jugada mientras el público todavía seguía aplaudiendo la genialidad que había mostrado. En este sentido, no se trata del movimiento mágico que llevaba a cabo porque, obviamente, la calidad de la inmensa mayoría de los jugadores no puede competir con la Zizou. Me refiero a la intraesencia de la jugada, es decir, de adaptar su posición de acuerdo a la jugada y de no jugar de espaldas a la portería rival.
Por lástima, Zidane colgó las botas en 2006 y la única ocasión para deleitarse con su magia, aún latente, sería verlo en algún partido contra la pobreza que organiza junto a Ronaldo. La buena noticia es que, en la actualidad, la naturaleza del control orientado se puede ver en cualquier partido de fútbol, dado que es un requisito técnico indispensable en el fútbol de alta competición. El Barça es un gran ejemplo de escaparate, por así decirlo, de este tipo de controles.
El fútbol es el deporte más natural que mi mente puede concebir. Los movimientos desarrollados por quienes lo practican no requieren adaptar posturas que nunca emplearías en tu vida cotidiana como por ejemplo en el voleibol que requiere una psicomotricidad previa con la que no todo el mundo cuenta. No obstante, hay que tener claro el posicionamiento para recibir balones, controlarlos, regatear, encarar o lanzar a portería. Además, el papel psicomotriz juega un papel decisivo, no sólo en el fútbol, sino en el deporte en general. El control es algo fundamental. De él depende que la jugada siga o haga aguas si no es ejecutado correctamente.
No quiero extenderme mucho en esto último pero sencillamente hay que decir que, a la hora de recibir un pase, es preferible tocar el esférico con el interior del pie y no pillar el balón a modo de pinza, dado que así es mucho más probable que se nos escape con la consiguiente cara de tonto que se nos queda. Del mismo modo, hay que desarrollar nuestra pierna mala y no limitarnos únicamente a operar con la de confianza. En ese caso, seríamos cojos y reduciríamos nuestro potencial físico y técnico al 50%. Se trata, simplemente, de combinar controles con una pierna y ejecutar el pase con la opuesta.
Como apuntaba al comienzo del artículo, la práctica del fútbol y observar un sinfín de partidos me ha llevado a entender que el fútbol, en resumidas cuentas, es tiempo. Es como un reloj suizo de gran precisión que jamás atrasa ni una sola milésima. Adicionalmente, en el momento de ejecutar un pase, es conveniente medir el tiempo que tarda en atacarte el defensa y ceder el balón justo en ese instante para dejarlo sentado y sin opciones. Viendo jugar a Xavi Hernández, uno se da cuenta a la perfección de lo que estoy hablando.
El fútbol consiste en tener esa habilidad de no perder el balón ante la presión rival, esperar a que el delantero vaya en vertical a la dirección de la portería para quedarse prácticamente solo y saber discernir cuándo existe esa imperceptible fracción de segundo para meter un pase entre líneas, sin que nadie obstaculice la dirección del cuero y dejar al compañero lo mejor posible de cara a portería. Si sois partidarios del viejo refrán Una imagen vale más que mil palabras, el segundo gol de Messi en el Bernabeu al Real Madrid en la ida de Champions, tras pase previo de Xavi, dilucidará vuestras dudas.
En suma, a la hora de recibir un balón siempre hay que tener en cuenta hacerlo con el empeine interior y, si estamos de espalda a la portería, ayudarse del pie de apoyo y dar un pequeño giro para arrastrar el balón fuera del alcance del defensor. Es ahora el momento que hay que levantar la vista y ceder el balón a un compañero para hacer una pared o, simplemente, para que continue la posesión. Con esto, logramos oxigenarnos de la presión que aparece cuando alguien presiona por detrás y estás de espalda, algo que en la mayoría de los casos es un balón perdido en zona comprometida.
No obstante, el abanico de posibilidades que nos brinda disponer de los conocimientos del control orientado, aplicarlo y, no sólo eso, sino también interiorizarlo, nos permite servirnos de él para lograr gestos técnicos como llevarlo a cabo tras un control de pecho y con un jugador contrario en nuestras proximidades. Llevando el balón a una zona libre previo control de pecho, el jugador podrá aliviar la presión a la que está sometido de forma económica porque, de hecho, sólo hemos usado un movimiento.
En líneas superiores, los delanteros también hacen uso de los controles orientados, básicamente, para zafarse de un defensa con un sólo movimiento y quedarse sólo contra el portero. Como decía anteriormente, este concepto es un principio técnico fundamental y su uso no sólo se limita los centrocampistas. Kiko Narváez solía romper las defensas adversarias de forma que, con un simple control y un posterior cambio de ritmo, en cuestión de segundos le sacaba un mundo de distancia al defensor.
En resumen, lo importante siempre es tener el balón por delante y, en caso de recibirlo de espaldas, dar un pequeño giro de 180º de modo que la portería rival no salga de nuestro radio de visión. Esto último puede ser lo más complicado al principio pero, con la práctica necesaria, se puede conseguir. Sin temor a exagerar, hay que decir que estos detalles, que pueden resultar a simple vista banales o anodinos, son los que hacen únicos a los grandes. Desarrollar esta visión periférica puede llegar a ser clave para madurar nuestra psicomotricidad, elasticidad y hará que la técnica aumenten exponencialmente.
En este vídeo, Iniesta explica en qué consiste su habitual y vistosa croqueta, un regate muy práctico y rápido con el que marear a más de un rival.
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