En agosto vuelven los cracks de vacaciones. Y los de la Liga también. Fue idea de mi amigo Fran Díaz —sin su mítica camiseta verde del Murcia— jugar un partido y evitar que nuestras pachangas no se convirtieran en un recuerdo en forma de frustrada tentativa: Oye, a ver cuándo echamos un partido, como en los viejos tiempos. Y al final, nada de nada. Pues no, no esta vez. Fue claro al proponerlo y eficaz al ejecutarlo: Señores, necesito nueve tíos para un partido. Y como cuando se alinea Urano con la galaxia Andrómeda, los diez podíamos. Ni en los tiempos de la Movida Alternativa de Los Salesianos...
El escenario escogido en esta ocasión fue el Campo del Huevo, situado nada menos que enfrente de mi casa, hecho que me permitió alargar mi siesta hasta los quince minutos previos al encuentro. Aquello era un descampado cuando yo era chico, con canastas de minibásket oxidadas, porterías que conocieron tiempos mejores y restos de obra que nunca llegaron a su fin —ya paro, que esto va a parecer un capítulo de Cuéntame—. Desde hace unos años, una flamante pista con incluso vestuarios y redes en las porterías iban a ser testigo de la vuelta del Paga FC a los terrenos de juego. Y que se prepare Florentino Pérez para extender la billetera.
Mi equipo estaba compuesto por Rubén Mateos, Luis Dueñas, Antonio Kappant, Ale López y yo. Enfrente y con el balón como único argumento, teníamos que medirnos a Jorge Colmena, Pablo Ruiz, Fernando Cornello, Ángel Romo y Fran Díaz, éste último de portero y con los jugadores de campo alterándose en el banquillo con Dani Gutiérrez. Y como no podía ser menos, el VAR del partido correría a manos del gran Raúl Dávila, el Kubrick de Lima, cámara en mano, para inmortalizar nuestros chutes, jugadas y disparos.
Fue un partido de menos a más, en el que algunos entre los cuales me incluyo, no tocábamos un balón desde hacía año y medio. Nuestro estado de forma, empeorado por unas más que merecidas vacaciones en las Islas Galápagos con tapita de caviar iraní para desayunar y batido de pitahaya —es broma, el batido era de pomelo—, nos mermó con creces el estado físico. Tanto fue así que muchos agradecíamos en mi equipo ponernos de portero o, en el otro, cambiarnos y conversar con nuestra cheerleader llamada Carlos Capi.
A Jorge Colmena, el Morsi de los Morsis, le salía todo. Caracoleaba y se zafaba de los rivales con la misma jugada. A él va dedicado el título de esta crónica, que sólo los más veteranos entenderán. Previsible lo llaman algunos, efectivo otros. Como Rubén Mateos, morsi de adopción y paga de corazón, sustituyó su mítico tinto de verano por una discreta botellita de agua que puso al lado de la portería. Semejante acto de infidelidad no le privó de hacer un gran partido, como ya nos tiene acostumbrados. El Mbappé de Pino Montano pero con un bronceado sin nada que envidiar al delantero francés, también conocido por Fernando Cornello, causó estragos por banda, pese a las altas temperaturas. Igual que Pablo Ruiz, crucial en el juego creativo, iniciando y rematando jugadas.
Tuve la suerte de compartir equipo con Antonio Kappant y Ale López, dos nuevos fichajes de verano muy interesantes. Nuestro fue el lema: Los buenos equipos se construyen desde atrás. Un juego vertical iniciado desde la portería —cuando no me comía algún gol—. La jugada más recordada se valió de una clásica táctica de pinza con encierro, primero desde las bandas para sortear la presión rival y acometer la ofensiva por el centro. No recuerdo quién marcó el gol, pero fue una gran jugada. Esperamos verlos más en futuros partidos. Ellos se quedaban en la portería embotellados, bloqueando el acceso con un gran blocador de disparos como Fran Díaz. Soberbio bajo palos, muchas fueron sus atajadas hasta erigirse en un seguro para su equipo.
Tampoco el calor fue excusa para Luis Dueñas, inteligente desde la zaga y combinativo arriba. Encarnó la cúpula del Estado Mayor y las unidades de élite, infiltrado en el ataque como un cañón por eslora. Siempre es un placer contar también con Ángel Romo y Dani Gutiérrez, nuestro Danigol, quien nos ofreció un juego más pausado, pero más taimado y que nos daría algún quebradero de cabeza. Cosas del calor, supongo. Los disparos de Ángel Romo no descansan ni en agosto, como pude comprobar en primera persona. Y por último, a quien escribe estas líneas, con las sábanas aún pegadas y rescatado del sueño, las altas temperaturas no me afectaron tanto como esperaba. Me enchufé más al final, la adrenalina propia de haber encadenado algunas ocasiones seguidas.
Muchos acabamos pidiendo la hora, en la pretemporada el desgaste físico es un rival más. Nada que luego no arregle un rerbu, botellín o bebida isotónica. Sufrimos a la contra, uno y otro equipo. También será cosa del calor. Tenemos que mejorar más en ese aspecto. Lejos de Los Salesianos, donde empezó todo —leído con voz de Piqué—, pero con el fútbol corriendo por nuestras venas y bombeando como cada disparo a la red. Ganó mi equipo, pero qué más da eso. Al final el fútbol es un deporte de cinco contra cinco, donde siempre ganan los pagas/morsis.
Miércoles, 28 de agosto de 2019.
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