Corría el año 1999 cuando tuvo lugar esta peculiar historia. Fue entonces cuando el pequeño Gerard vivió en su propia piel las delicadas y amables formas de motivación del entrenador del Barcelona por aquel entonces, Louis Van Gaal.
El abuelo de Piqué, Amador Bernabéu, era directivo del Barça y encargado de acompañar al primer equipo en sus respectivos viajes, hecho que le permitió trabar una buena amistad con el técnico holandés. Por tanto, Amador invitó a comer al bueno de Louis un domingo a casa donde estaba el joven Gerard que por entonces tenía unos doce años. Fundados rumores aseguraban que dentro de Gerard habitaba el genio de un gran defensa, con mucha calidad y proyección de futuro. Vamos, un diamante en bruto.
Van Gaal llegó a casa de Amador y conoció a un chavalito delgaducho y preadolescente que se dirigió a darle la mano al tulipán. Louis, que nunca había observado a los chavales de La Masía, decidió que la mejor manera de hacerse una idea de las cualidades fisicas del joven era propinarle un empujón a traición que lo desplazó cuatro metros hasta el suelo de la terraza.
Gerard se quedó anonadado, perplejo, extasiado ante tanta demostración de afecto. Y no fue para menos. Al instante, Van Gaal le bramó: ¡Muy flojo! Un central del Barça tiene que ser más fuerte. Tú no poder ser central si no te pones más fuerte. Un central debe ser grande. Acto seguido, todos pasaron a la mesa a disfrutar de una apacible tarde dominguera.
Años después, Gerard reconoció que empezó a trabajar sus dotes fisicas por si a su abuelo se le ocurría volver a invitar a su encantador amigo pero ¿Quién sabe si las nobles palabras del entrenador holandés motivaron más a Piqué que un Viva la Vida?
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