Ayer tuvo lugar el partido más esperado, uno de los más emocionantes de la amalgama de clásicos del mes de abril y uno que aportaba un caudal de emoción frente al descafeinado clásico del sábado. Según fuentes fidedignas, se siguió hasta en Filadelfia porque la magia del fútbol traspasa fronteras.
El clásico empezó caldeado como consecuencia de las presuntas palabras de Gerard Piqué que el propio futbolista no tardó en desmentir en su cuenta de Twitter. Cuando yo las lei, personalmente no me las crei y cuando observé que el diario Marca fue el que las filtró, no tuve dudas.
La antesala del gran choque comenzó al ritmo del himno nacional. El Fútbol Club Barcelona ejercía como local por ser el equipo más antiguo. Las vetustas gradas de Mestalla se empañaron de color blanco y azulgrana, un galopante nerviosismo se acomodó en las localidades del estadio. Los entrenadores, Pep y Mou, ultimaban sus últimos cambios tácticos ante el inminente comienzo de la gran fiesta del fútbol español.
Adicionalmente, también fue noche para enterrar algunos tópicos. En concreto, aquel que dice que los equipos grandes tiran la Copa al centrarse en competiciones de más prestigio como la Liga o la Champions. Una invitada de honor como Shakira, pareja sentimental del mediático Piqué, sufría como una aficionada culé más.
El planteamiento de Mourinho recordó por momentos al del sábado. Básicamente, se trata de una formación muy defensiva con un trivote formado por Pepe, como criatura arbórea, Khedira y Xabi Alonso para dar robustez a la medular, esperar las ocasiones y servirse de las contras para generar ocasiones por medio de la velocidad por banda de Cristiano Ronaldo, de falso delantero centro, y Di María. Curiosamente, el entrenador portugués había solicitado a la secretaría técnica madridista en enero un delantero más como consecuencia de la lesión de Gonzalo Higuaín y ningún delantero fue titular (Higuaín, Benzema y Adebayor) dado que Cristiano jugó en punta. El portugués fue el causante del sufimiento del Barça, sobre todo por lo balones largos y los cambios de ritmo de Cristiano que causaron más de un quebradero de cabeza a la defensa culé.
Por otro lado, el Barcelona esta vez no contó con Carles Puyol después de que el veterano jugador catalán acabara tocado en el otro clásico. En su lugar, Mascherano ocupó el eje de la defensa azulgrana mientras Busquets se situaba por delante dejando paso a Xavi e Iniesta como creadores fantásticos por detrás de Villa, Pedro y Messi. El Real Madrid dominó de cabo a rabo una primera mitad en la que al Barcelona le costó coger el ritmo y tuvo que sufrir las desequilibrantes acometidas por banda de Cristiano Ronaldo. No obstante, bajo palos Pinto, que se trabajó un merecido puesto en la final, lo hizo realmente bien e incluso en la prórroga protagonizó una increible parada a mano cambiada a Di María. En resumidas cuentas, este Barça era irreconocible y no tiró ni una vez a puerta en los primero cuarenta y cinco minutos.
Dicho sea de paso y, como suele ocurrir en partidos de esta índole, el juego duro del Madrid fue el causante de alguna tángana camuflada y el barcelonismo esperaba el pitido arbitral que deba lugar al descanso como agua de mayo para restructurar el equipo y aportar algo de frescura con algún cambio para que todos viéramos al Barça de siempre y el equipo culé se metiera en el partido y diera la vuelta a la moneda. El ábitro en general estuvo bien porque no tomó decisiones que influeran en el resultado. Sin embargo, cortaba el juego constantemente de forma que el ritmo del encuentro se desvanecía.
Y así ocurrió. Como diría Zlatan Ibrahimovic, el filósofo ejerció como tal. Sus palabras algo de filosofía moderna entrañarían porque la mentalidad y coraje del equipo cambiaron cual mariposa tras salir del capullo. Al comienzo de la segunda parte, pudimos ver al Barça que toca, toca y toca. Con pases en profundidad, triangulaciones, toques respaldados para mantener la posesión, juego entre líneas, pases en corto ahogando la presión madridista y muchas ocasiones, como la del gol anulado a Pedro, que no supieron aprovechar, empezaba a encontrar su lugar en el campo y el Madrid abría espacios que aceleraba el juego culé. Me reafirmo en la idea de que en este deporte, quien perdona la paga. Ocurrió exactamente eso.
Ante la seguía de goles, la prórroga no hizo mas que hacer saltar los resortes de los pulsómetros de todos. No sólo de los aficinados culés y madridistas, sino de absolutamente todos. De hecho, un amigo colchonero con el que tuve el placer de ver la final, me dijo: Estoy nervioso y eso que la cosa no va conmigo. Los partidazos se recuerdan por esto. Fue un grandísimo encuentro desde el principio al final y la emoción estaba servida desde los comicios del mismo.
Hubo una imagen que tardará tiempo en borrarse de mi mente. Las respectivas piñas a instantes de que diera comienzo la prórroga aportó mas dramatismo a esta macedonia de latidos. A la gente le empezaba a costar mantenerse sentados en sus asientos y dio comienzo la prórroga. La jugada para la gloria llegó en el minuto 102. Una pared entre marcelo y Di María desencadenaba un pase en profundidad para el Fideo que se sacó de la manga un genial centro que Cristiano Ronaldo aprovechó para cabecear y batir a Pinto. A partir de ahí, la moral culé decayó y, pese a que siguió fiel a su estilo, el partido estaba totalmente roto.
Al final, cuando el árbitro pitó el final, la euforia madridista saltó por las nubes. La imagen de los seguidores culés, hundidos, se entremezclaban con las lágrimas madridistas y no era para menos. La Copa había estado 18 años dándoles la espalda. Tanto es así que Raúl no cuenta en su extenso palmarés con un trofeo copero. Se puede decir, pues, que la sequía copera madridita era mayor de edad.
En el palco, Íker Casillas, que estuvo soberbio durante todo el encuentro, se saltó el protocolo y no tuvo reparo en abrazar a su majestad antes de levantar la Copa. Por su parte, el Rey le agarró de la mano durante toda la ceremonia de recogida del trofeo. Después tuvo lugar la fiesta, primero en el césped con los desplazados a Mestalla y luego en el vestuario. La anécdota curiosa la protagonizó Sergio Ramos, ya en el autocar, cuando dejó caer la Copa que mantenía a pulso en vilo a lo mas bajo hasta saborear los deliciosos neumáticos con un ligero toque a asfalto y convertir la brillante consecución en un amasijo de hierros.
Cabe decir que la Copa era nueva y recién salida del orfebre. El ganador de la edición anterior, el Sevilla, se la adjudicó en propiedad después de que la Federación Española de Fútbol se la regalara como obsequio por la victoria de la selección española en el Mundial de Sudáfrica.
Anécdotas aparte y, a modo de conclusión, quisiera cerrar este post dando una sincera enhorabuena a todos el madridismo en general. Se lo merecen por la grandeza desplegada no sólo en en encuentro de ayer sino por toda la trayectoria y trabajo realizados en la temporada. ¡A disfrutar de la victoria!
Gran partido y gran campeón.
ResponderEliminarSaludos desde http://elreydelgol.blogspot.com/