30 de enero de 2011

Lírica Pachanguera: Capítulo 11


Me pareció extraño no ver ningún iceberg por el camino. Tampoco vimos ni pingüinos ni focas. Es curioso porque el frio podría invitar a estos seres sacados de las entrañas de Groenlandia. En efecto, el frio inviernal es una realidad aunque lo más preocupante era el riesgo de lluvia que podría dar al traste con la sesión futbolera de este viernes.

De nuevo, comimos las pizzas del vasco. Sí, en el post anterior dije que no era aconsejable tomar tanta cantidad de comida antes de realizar esfuerzo físico y la verdad es que mi rendimiento no se mantuvo al nivel que a mí me gusta. Al margen de ello, no nos pudimos resistir a esas joyas de la cocina del norte y a buen seguro que los coleguis Superescu, Manolo y Benamüller piensan algo parecido a ello.

Después de acoplarnos en Los Verdes, disfrutar de nuestro manjar y, por qué no decirlo, liarla un poco, fuimos al taller de atrás a inflar mi condenado balón y de allí fuimos directamente a Los Salesianos, no sin antes encontrarnos al Señor Rebollo por el camino y su clásico: ¿Qué pasa shurrita?

Antonio, que se sentía indispuesto, no acudió a jugar al fútbol y, mientras los demás íbamos, pudimos comprobar como una densa nube negra nos seguía con intenciones poco benévolas. Antes de llegar a la pista, nos encontramos con Álex, más internacional que nunca, y allí ocupamos una pista mientras esperábamos a los demás caballeros.

El primer aviso de la tarde fue en forma de pequeñas gotas de lluvia que presagiaban lo peor. Escampó pronto pero lo mejor venía reservado para el final. Cuando éramos diez tíos y el balón comenzó a rodar, el cielo rugió y lloró. Tanto lloró que, en vez de fútbol, aquello parecía una pista de waterpolo. Todos, aunque algunos más rápidos y cautos que otros, corrimos hacia un lugar cubierto para resguardarnos de la lluvia. Exactamente, aquello era una bajona de las que ya no se recuerdan...

En aquellos minutos, apareció el colega Germán que sugirió la idea de ir a jugar al albero del parque aunque otros sugirimos esperar a que escampase. Según él, lo dijo empíricamente. Un alivio. Afortunadamente, pronto cesó la lluvia pero toda la pista estaba anegada y el juego se complicaba por momentos. Dicho sea de paso, las ausencias fueron numerosas. Jorge, Mateo, Ale, Jairo o Alberto no dieron señales de vida aunque apareció el colega Jesuli, que llevaba un tiempo perdido y Carlitos con sus montañadas, obviamente.

Germán dio unas clases de cómo pasar la fregona y hay que agradecerle que retirara de la pista unos cincuenta litros de agua. Al menos, ya resbalaba menos aquello... El partido, en líneas generales, fue tranquilo con algunos resbalones. Es lo que tiene jugar en un suelo mojado. Carlos una vez más demostró sus aptitudes como guardameta.

Romo sacó su faceta goleadora y, de nuevo, lo hizo muy bien. Aparecieron fugazmente los primos Franco que, cuando nos quisimos dar cuenta, empezaron a jugar con otro grupo. En general, la gente hizo lo que pudo. Es difícil jugar en cemento mojado porque, además de causar algunos resbalones, ralentiza mucho el juego. Eso por no hablar de que una caída en semejantes condiciones puede ser dolorosa. De hecho, en un tropezón con Álvaro me caí al suelo y rodé, arañándome el costado derecho. Gajes del oficio.

Pese a la lluvia, intentamos disfrutar de la tarde acompañados por nuestro inseparable compañero: el frío. Además, los exámenes universitarios fueron los causantes de algunas notables faltas. Cuando acabe el período estudiantil, seguro que podremos disfrutar todos, como siempre.

Viernes, 28 de enero de 2011.

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