13 de noviembre de 2011

Lírica Pachanguera: Capítulo 18


Varios meses después y, tras varias jornadas de ausencia, por fin me embarco en una nueva y trepidante lírica pachanguera fiel a mi estilo o, al menos, lo intentaré. La escribo con ganas de que disfruteis y veias reflejado vuestro papel en mi particular opinión. Tras cuatro semanas con algunos menesteres laborales y una oleada de trabajos académicos, saco de la chistera unos minutos a tí, querido lector, esperando, con todo, que también me los dediques. Es lo malo de ser escritor...

Lejos de aforismos y de etéreas líricas, me gustaría expresar en primer lugar que la de ayer se trató de una tarde envidiable. No había que envidiarnos astronómicos sueldos, arsenal de títulos ni calidad edulcorada. Básicamente, algo que se encuentra en la base de todo. Hago alusión al buen rollo imperante en el lugar y la inexistencia de peleas ni desavencias de la que, por desgracia, fui testigo en tardes anteriores.

Cuando llegué al recinto salesiano, acompañado del incombustible Jorge González, experimenté una sensación análoga a un manantial de emociones, algo así como reencontrarme con un antiguo amor. Mis obligaciones laborales terminaron y podía disfrutar de una tarde de deporte como siempre, sin prisas y disfrutando de ese ambiente especial que envuelve Los Salesianos. Será por la música, por los chavales, por las chavalas o por un cóctel acidulante de todo ello.

Una vez allí, empezamos a calentar y, paulatinamente, llegaron los demás. La verdad sea dicha, no recuerdo con certeza todos y cada uno de los nombres de los que nos acompañaban, puesto que Dani trajo consigo a tres amigos con los que el juego se hizo muy interesante, sin contar el paralizante balonazo que uno de ellos, Iñigo, me disparó en la zona noble.

Recuerdo que Escudero hizo un gran partido, como nos tiene acostumbrado. Adoptó un peinado parecido al del fichaje frustrado del Real Madrid, Neymar, que le otorga un look bastante peculiar. Aportó muchos goles y desborde por la banda que nos causó más de un quebradero de cabeza, algo así como Fran Montero que, literalmente, me atrevesaba y, con sus endiablados cambios de ritmo, me dejó sentado en más de una ocasión. Una maravilla. Al gran Muros Rueda lo veo cada día mejor. Le comunica más potencia a sus lanzamientos, ha ganado en desparpajo, tiene más velocidad y, de hecho, marcó un excelente gol.

Jorge González estuvo realmente bien. De portero, sus reflejos le colocan en la lista de los mejores y, de jugador de campo, le hizo una carioca al citado Muros Rueda que aún lo anda buscando. Otro Jorge que no tuvo su día fue Colmena que se llevó un buen palo, mejor dicho, cinco disparos estrellados en los postes. Su cara de incredulidad a medida de que los balones daban en la madera merece un blog entero como éste.

Fran Díaz se tomó algún que otro Redbull, sin hacer publicidad que conste, antes de jugar el partido. Siguió en su línea particular, haciendo un juego colectivo, sin florituras, ni croquetas, ni roulettes pero, esó sí, practicó un fútbol altamente efectivo. El gran Cobo se reivindica como el Mariscal de Los Salesianos o, si lo prefieren, el Puyol de Triana. Su jerarquía impuesta desde la zaga, calidad para sacar el balón jugado, rocosidad en los marcajes y acierto en las entradas le sitúan cada vez más arriba.

Ha sido una de las mejores tardes que recuerdo. Nuestro fútbol desplegado me gustó especialmente pero, sobre todo, me enamoró el buen ambiente existente allí. No contabilicé ninguna pelea ni falta de respeto como suele pasar cada semana. Nadie se creyó más que nadie como suele pasar cada semana. Nadie se pasó en un número excesivo de regates como suele pasar cada semana. En suma, pasó lo que tuvo que pasar.

Valoré, además, que no hubo tratos peyorativos hacia ningún compañero. ¿Sabéis lo mejor? Que los que emiten juicios de valor y palabras despectivas para menospreciar a sus compañeros, en algún caso a amigos, tienen exactamente las mismas Copas de Europa que la persona desprestigiada, es decir, ninguna.

Uno ya se va acostumbrando a esta atmósfera familiar, a jugar con guantes en el gélido invierno y a intentar huir de la lluvia. De fondo, las canciones que se escuchan por megafonía proyectan nuestras memorables tardes en el infinito, al igual que esa inmortal voz de ¡Illo! cuando el balón se nos escapa muy lejos de las inmediaciones de nuestra pinta. Lo dicho, muchas gracias a todos por una gran tarde y espero realmente que sí se vuelva a repetir.

Viernes, 11 de noviembre de 2011.

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