Uno de los episodios más gloriosos de la historia del fútbol de Europa del Este fue, sin duda, la consecución de la Copa de Europa de 1986 por parte del Steaua de Bucarest. El conjunto rumano viajó a Sevilla con la intención de asaltar Europa. Al frente se encontraba nada menos que el Fútbol Club Barcelona de Schuster y Pichi Alonso que había logrado anotar un hat-trick, consiguiendo una onírica remontada ante el Göteborg sueco.
El Steaua realmente lo tenía muy cuesta arriba ante un Barcelona que había hecho del Sánchez-Pizjuán su propio feudo, al que se habían desplazado una cantidad ingente de aficionados barcelonistas. El conjunto rumano, prácticamente desconocido, se dedicó en la mañana previa al encuentro a pasear por la ciudad hispalense, a sabiendas de lo poco que se jugaban y disipando todo atisbo de presión mediática sobre el equipo. Los catalanes jugaban con dicha presión en su campo: tenían la oportunidad de conseguir su primera Orejona ante un equipo, a priori, menor y dentro de sus fronteras.
Acabó la prórroga y así lo indicaba el marcador: empate sin goles que tendría que desempatarse desde los once metros. Ahí aparecería el improvisado héroe de la noche. El mítico portero Helmuth Duckadam pararía cuatro penaltis al Barça, en concreto, los lanzamientos de Alexanco, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos. Los barcelonistas, abatidos y cabizbajos, se quedarían nuevamente a las puertas de conseguir la Copa de Europa, al igual que sucediese en 1961 ante el Benfica. En contraposición, los jugadores del Steaua de Bucarest, extasiados por la felicidad de haber logrado lo imposible, volvieron a Rumanía para celebrarlo. Sin embargo, hubo un jugador que no lo pasaría del todo bien a su vuelta a casa.
Al parecer, el presidente del Real Madrid por entonces, Ramón Mendoza, le regaló al portero Helmuth Duckadam un Mercedes con motivo de agradecimiento por haberle parado cuatro penaltis al eterno rival. Se dice que, cuando el héroe de Sevilla llegó a Rumanía, le tocó lidiar con las tenebrosas garras del dictador rumano Nicolae Ceaucescu. El hijo del dictador, Valentín Ceaucescu, se enamoró del Mercedes de Duckadam y forzó al portero para que se lo regalase. Ante la negativa del guardameta, el régimen comunista dictatorial rumano entró en acción, lo que implicó unas consecuencias deplorables.
Helmuth Duckadam fue torturado. La Securitate, o sea, la policía del régimen, no tardó en entrar en escena de forma completamente deshumanizada y se encargaron de romperle los dedos a Duckadam. Y lo hicieron uno a uno. Mermaron la carrera deportiva de un gran profesional con tan sólo 26 años. Lo cierto es que el guardameta siempre ha negado la verosimilitud de dicha historia, aunque el hecho de no volver a enfundarse más los colores del Steaua de Bucarest es bastante significativo. Volvería a vestirse de corto en 1989 en las filas del modesto Vagonul Arad, curiosamente, el mismo año en que el dictador rumano Ceaucescu fue fusilado públicamente junto a su esposa. Esta es la historia de Helmuth Duckadam, el hombre que fue héroe de un país por una noche y víctima del egoísmo y la ignorancia para siempre.
Fuente: Ignasi Oliva Gispert (22/10/2013). Duckadam y el gol de Ceaucescu. Web IlCatenaccio.es
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