En el fútbol, no siempre hay historias agradables y alegres. Nada más lejos de la realidad. Entre bastidores, han ocurrido algunos casos episódicos repletos de drama y horror. Y lo peor de todo, siguen ocurriendo. El deporte, en general, es escenario de la competición, el espectáculo y el bienestar físico. Sin embargo, en la trastienda han sucedido hechos sórdidos y espeluznantes. Sin más dilación, para abordar esta historia, hay que remontarse al Mundial de Estados Unidos en 1994, concretamente, al partido de la primera fase entre Colombia y Estados Unidos.
A fin de situarnos, Colombia fue encuadrada en el Grupo A junto a Rumanía, Suiza y la anfitriona Estados Unidos. Los Cafeteros perdieron el partido inicial ante el combinado rumano. En la segunda jornada, los colombianos se medían ante la selección de Estados Unidos en el estadio Rose Bowl de Los Ángeles. Necesitaban una victoria o, de lo contrario, quedarían eliminadas de un Campeonato del Mundo que contaba con estrellas como Carlos Valderrama, Adolfo Valencia y Francisco Maturana en el banquillo.
En el minuto 35 del encuentro, el defensa colombiano Andrés Escobar fue a despejar un balón raso, con tan mala fortuna que encajaría un gol en propia puerta. Colombia perdería aquel nefasto encuentro por 2-1 con goles del estadounidense Stewart y de Valencia por parte del seleccionado tricolor, quedando eliminada del Mundial. Nada haría presagiar que, escasos diez días después de dicho partido, el drama se cebara sobre el zaguero colombiano.
Era la época en la que el crimen organizado y la violencia generalizada asolaban Medellín, tan sólo un año después de la muerte del famoso narcotraficante Pablo Escobar, con quien curiosamente compartía apellido. Los sicarios, maleantes y asesinos habían convertido Colombia en el campo de batalla de la sangrienta guerra del narcotráfico. Apenas diez días después, Andrés Escobar, aún apesadumbrado por el autogol que supuso la eliminación del Mundial para su país, se relajaba en una discoteca junto a unos amigos. Al salir, varios individuos le increparon e insultaron. De carácter sereno, Andrés Escobar no caería en esas provocaciones y, mientras éste se dirigía a su coche, dichos sujetos le descerrajaron seis tiros. Tenía 27 años.
Al parecer, el malogrado jugador había causado cuantiosas pérdidas económicas por apuestas deportivas a los narcotraficantes más peligrosos de Colombia tras el gol en propia puerta que encajó. Otras versiones apuntan que su muerte fue debida al tumultuoso ambiente que se respiraba en la ciudad de Medellín, de modo que la eliminación del Mundial no fue el desencadenante de tan dramático suceso. Andrés Escobar era un jugador tranquilo, tanto en el terreno de juego, como fuera de este. Esta muerte absurda, fruto de la barbarie y el fanatismo, conmocionó Colombia y al mundo entero.
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