31 de agosto de 2020

De la servilleta al burofax


Corría el 14 de diciembre de 2000 y en el Club de Tennis Pompeia de Barcelona, se gestó una de las mayores jugadas futbolísticas de todos los tiempos. Ocurrió lejos de un terreno de juego, pero su trascendencia sería igual de importante. Las negociaciones del FC Barcelona con la familia de Leo Messi, parecían estancadas. El secretario técnico, Carles Rexach, quiso dejar constancia del interés sobre el joven jugador argentino y se comprometió a ficharlo de un modo muy peculiar. Agarró una servilleta del comedor del Pompeia y rubricó en ella su intención de fichar a Messi

De forma improvisada y sin contar con el visto bueno de todos los miembros del club, aquel movimiento de Rexach sería clave para que Messi se decidiera por recalar en el Barça. Semanas después, tras contar con la aprobación de las partes, el futuro astro argentino firmó aquella legendaria servilleta que hoy se exhibe en el museu. Hoy, veinte años después, las cosas son bien distintas. Sin embargo, los protagonistas siguen siendo los mismos: Leo Messi, el FC Barcelona y un trozo de papel, en este caso, un burofax

La historia podría resumirse en: Crónica de una salida anunciada. Messi explotó. La nefasta gestión deportiva de la directiva de Josep María Bartomeu dibujó la mecha y la humillante eliminación en Champions ante el Bayern de Múnich, acabó de prenderla. Los fichajes de Semedo, Júnior, Dembelé y Griezmann no han dado el rendimiento esperado. La fuga de Neymar al PSG, acompañada de los vanos intentos de la directiva por impedirla y las frustradas tentativas por recuperarlo, cayeron en dique seco. Pero llegaban algunos títulos y se salvaba la temporada.

Mostrarle puente de plata al brasileño astilló una punta del tridente. La llegada de técnicos con poco temperamento como Valverde y ajenos a la idiosincrasia cruyffista como Setién, desdibujaron el rumbo del equipo. Los varapalos europeos ante Roma en 2018 y Liverpool en 2019, con remontadas incluidas y mientras el Real Madrid coleccionaba Champions, contribuyeron a rociar el incendio con queroseno. Y el colofón no se haría esperar tras el partido contra el Bayern, al retirarle el respaldo emocional a Messi despidiendo a Luis Suárez por teléfono. El cóctel resulta de todo menos suculento. 

Sin embargo, a fin de ser ecuánimes, las formas de Messi han rozado la deslealtad hasta sumergirse de lleno en ella. El argentino es hoy el mejor jugador del mundo gracias al Barça. La entidad azulgrana apostó por él cuando era pequeño, le costeó su tratamiento hormonal y se lo dio todo. Un jugador de la relevancia histórica de Leo no puede dejar tirado así al amor de su vida. No de este modo, mientras el Barcelona se encuentra inmerso en la mayor crisis deportiva e institucional desde el Motín del Hesperia en 1988. El epílogo de Messi con el Barça no merece este final: a través de un burofax, con la intención manifiesta de abandonar el equipo sin dejar un céntimo en sus arcas, firmando un 2-8, cabizbajo y lejos de la afición culé. Messi debería reconsiderar su decisión. Y es que los sentimientos están por encima de las directivas.

La batalla legal está servida. Mientras la Liga de Fútbol Profesional se posiciona al lado del FC Barcelona por vigencia del contrato, Messi apela a la rebeldía, sin acudir a los entrenamientos ni someterse a las pruebas PCR. Las posturas están muy alejadas: la junta de Bartomeu tratará de mantenerlo a toda costa y el argentino sólo aceptará una salida amistosa. Un culebrón veraniego al que se le adivina un spoiler muy agridulce.

Sin duda, Messi es el jugador más importante de la historia del FC Barcelona. También lo fueron en su día leyendas como Cruyff, Maradona, Guardiola y Ronaldinho. Todos ellos también salieron por la puerta de atrás, divorciados con la directiva, con sentimientos muy encontrados entre la afición, con los focos apagados y la losa de su nombre a cuestas. Y la vida siguió, el club continuó estando por encima tanto de los jugadores como de la directiva y llegaron otros éxitos. El fútbol, al igual que la vida, no es justo: un mal final puede arruinar una carrera brillante. Es obvio que la salida de Messi supondría una estocada anímica y deportiva, de esas que son difíciles de reparar. Algo solo a la altura del caso Figo, salvando las distancias. Un triste final para una historia que navegó contra viento y marea, superó temporales y naufragó a metros de la orilla. Los días que se avecinan van a ser de órdago.

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