Corría la final de la Eurocopa de 1976 disputada en Yugoslavia. La final del certamen deparó un combativo encuentro entre las selecciones de Checoslovaquia, debutante en la competición, y la todopoderosa Alemania Federal, campeona del mundo y de Europa. La Mannschaft estaba liderada por Franz Beckenbauer, Gerd Müller, Berti Vogts y Uli Hoeness.
Los checos, contra todo pronóstico, se plantaron en la final de Belgrado eliminando a la Holanda de Johann Cruyff en semifinales. El encuentro finalizó su período reglamentario con un empate a dos goles. Con la prórroga abierta de par en par, ninguna de las selecciones vio portería. El nuevo campeón de Europa se conocería después de la tanda de penaltis. Lo que nadie se atrevía a imaginar es que aquellos lanzamientos desde los once metros entrarían en la historia del deporte rey.
Uli Hoeness erró su disparo. Tras la pifia del jugador alemán, Antonín Panenka se dispuso a lanzar su penalti correspondiente. Enfrente tenía nada menos que a Sepp Maier, legendario portero del Bayern de Múnich y campeón tres veces consecutivas de la Copa de Europa, a nivel de clubes. Cuando Panenka se dispuso a lanzar el penalti, advirtió que Maier se lanzaba hacia el lado donde tenía pensado colocar su lanzamiento...
Fueron milésima de segundo. Si en ese momento piensas, fallas. Panenka decidió picar suavemente el balón por la parte inferior con la punta de su pie y éste se introdujo bombeado a media altura en la portería de Sepp Maier, muy sutilmente. No hizo falta disparar ningún zapatazo. Muchas ocasiones, la precisión y ligereza son armas más poderosas que la misma fuerza o potencia de lanzamiento.
Afortundamente, en fútbol las jugadas no tienen derechos de copyright. Tanto es así que, desde entonces, no han sido pocos los jugadores que han emulado esta inédita forma de ejecutar los penaltis. O, al menos, lo han intentado con mayor o menor suerte. Zinedine Zidane lo hizo a sangre fría en la final del Mundial de Alemania 2006 ante Gianluigi Buffon. Picó el balón más fuertemente que Panenka en su día. El esférico dio en el larguero, rebotó y volvió afuera tras dar de nuevo en el palo. Fue gol, por supuesto. No tocó la red.
Para lanzar los penaltis de este modo, se necesita saber adonde se tirará el portero. En caso contrario, una forma muy ingeniosa de convertir un penalti se puede convertir sencillamente en un sonrojante pase a las manos del guardameta. Además, si no se le confiere la potencia adecuada, se puede enviar el balón directamente a las nubes o ni tan siquiera llegar a la línea de gol. Panenka lo patentó y convirtió los lanzamientos fatídicos en un noble arte.
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