Ante todo, quiero pedirte disculpas a ti, querido lector, por esta considerable tardanza en publicar esta crónica-reflexión, o como la queráis llamar, del Clásico. La verdad es que me habría gustado publicarla mucho antes, sin embargo, la falta de tiempo debido a mi labor académica es la principal responsable de esta dilatada demora. Sin más dilación, allá voy:
Quiero dejar claro que esta insultante victoria del Fútbol Club Barcelona ante el Real Madrid es únicamente para el barcelonismo, para aquellas personas que, tras la derrota en Getafe, siguió confiando en el equipo, en el trabajo de los jugadores y no dieron la Liga al Real Madrid aún en el mes de noviembre. Eso para empezar. Mencionar, además, la coyuntura existente en el ambiente y la campaña pública-mediática perpetrada por La Central Lechera con el inequívoco objetivo de crucificar a Gerard Piqué tras forzar la quinta tarjeta en el partido ante el Rayo Vallecano. ¿Por qué nadie se acuerda de Ámsterdam y de Xabi Alonso el año pasado? A saber...
El Barça había pinchado en Getafe y se situaba a un mundo de distancia del Real Madrid, con seis puntos por detrás de los blancos. Así las cosas, el Canguelo 2.0 despertó de su letargo. Los medios patológicamente madridistas, con Tomás Roncero y diario Marca como máximos exponentes, daban por hecho una goleada blanca y un nuevo fin de ciclo, curiosamente, el segundo desde que Pep Guardiola aterrizó en el banquillo azulgrana. Desde Barcelona, se mantenía el mismo discurso, de hecho, el técnico barcelonista no entendía la necesidad de hacer campeón al Real Madrid en pleno mes de noviembre.
Comenzó el partido. El Barcelona finalmente alineó a cuatro defensas e Isaac Cuenca no fue convocado, pese a las voces que en la semana previa al Clásico aseguraron la titularidad del canterano. Mourinho, por su parte, no planteó el triángulo de presión alta como sí hizo en la amalgama de clásicos disputados el pasado mes de abril. Guardiola colocó a Cesc Fàbregas de falso delantero centro y sentó de inicio a David Villa y Pedro en el banquillo. Alexis, que había protagonizado un óptimo rendimiento, salió de inicio como titular, algo que sentó como una balsa de tranquilidad para el barcelonismo.
Desde el principio, el Real Madrid ejerció una asfixiante presión que, de ningún modo, frenó el afán del Barça por iniciar la jugada desde atrás. No obstante, un error clamoroso de Víctor Valdés, que entregó el balón por error a Cristiano Ronaldo, sirvió para que Karim Benzemá firmara el primer gol, rechazando dos veces en Sergio Busquets, cuando tan sólo habían transcurrido veintitrés segundos de encuentro.
Pese a todo este cúmulo de infortunios, el Barça no se amilanó. En general, un gol tan tempranero en un estadio como el inexpugnable Santiago Bernabeu puede implicar un jarro de agua fría sobre la moral del equipo pero, según parece, con el Barça no se cumple esta máxima. El Real Madrid siguió presionando por zonas, achicando de forma muy intensa y dificultando el fútbol combinativo y de transición del Fútbol Club Barcelona.
Pasados los minutos, el cansancio se apoderó de los jugadores del Real Madrid. La presión dejó de ser tan absorbente y los metros iban apareciendo entre las líneas del Barça, algo que permitió un flujo de balón bastante pulcro, ordenado y tranquilo. Jugadores como Pepe no tardaron en hacer uso de su previsible juego duro y, en una de esas, Xabi Alonso fue sancionado con tarjeta amarilla. A Mourinho le volvió a entrar la vena del protagonismo para hacer un provocador gesto a la afición e incitarla a criticar la actuación del colegiado. Hay cosas que nunca cambian...
Cumplida la media hora de juego, un milimétrico pase entre líneas de Messi dejó solo a Alexis Sánchez que batió a Casillas por bajo para firmar el empate, en el tramo de tiempo psicológico. El tanto del chileno fue un gol de killer cómo dictan los cánones y no hizo más que afianzar la supremacía del Barcelona y hacer naufragar al Real Madrid entre los triángulos y pases del equipo catalán. Parecía difícil pero era así: el Barça estaba sometiendo a los merengues en un sonrojante baño de fútbol.
Así se fueron ambos equipo al descanso. Iniciada la segunda mitad, se percibió la superioridad del Barcelona. Puyol y Piqué dieron un recital desde el corazón de la defensa y Andrés Iniesta, entre líneas, hizo un soberbio partido, convirtiendo lo difícil en fácil, a modo de un tríptico para aprender a jugar al fútbol en tres sencillos pasos. En una jugada con más fortuna que clase, Xavi Hernández disparó un balón dividido en la frontal del área que, tras ser desviado por Marcelo, se metió entre el guante de Íker Casillas y el palo. Era el 1-2.
El ácrata del fútbol, Leo Messi, no mostró su faceta goleadora pero fue clave en las jugadas ofensivas del equipo con sus paredes horizontales. También se puso de manifiesto en la contienda la magnificencia del argentino. En la otra cara de la moneda, Cristiano Ronaldo volvió a decepcionar, fue duramente criticado por la afición, por su propio entrenador y se resquebrajó como la polvorienta hojarasca en una mañana de otoño. El Madrid dio la impresión de jugar como un equipo pequeño ante un rival de enorme magnitud. Se presenció a un equipo desdibujado, a pesar de la gran plantilla que posee.
CR7 tuvo una ocasión manifiesta que bien podría haber supuesto el empate. El tercer gol vino precedido de una gran jugada por banda de Dani Alves. El brasileño se sacó de la chistera un genial centro al corazón de la defensa madridista que encontró la testa de Cesc Fàbregas enviando el balón al fondo de las mallas. El de Arenys de Mar dejó petrificada a la zaga merengue con su impecable cabezazo. Sin lugar a dudas, ganó el fútbol y se demuestra, de este modo, que en este maravilloso deporte sólo vale hablar en el campo. Guardiola sigue imbatido en el Bernabeu y el Barça se marcha a celebrarlo a Japón a conquistar el Mundialito, mientras se sigue trabajando poco a poco. Mientras tanto, el Imperio se cae como castillos en la arena.
Al acabar el encuentro, lo más sonado fueron las palabras de José Mourinho dando por campeón a la suerte, caprichoso azar y fortuna del Barcelona, sin saber que en fútbol la suerte sólo aparece cuando se busca. Eso por no hablar del impresentable gesto de Marcelo negándole un apretón de manos a Gerad Piqué. Ya lo dice el himno: Cuando pierde da la mano...
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