Cuando el Stade de France se vestía de gala para acoger el partido homenaje por el décimo aniversario de la victoria mundialista de Francia en julio de 2008, los galos, inmersos en la rememoración de aquellos tiempos, disfrutaron de la presencia de los jugadores que formaron aquella mítica escuadra como Zidane, Blanc, Barthez o Lizarazu. Sin embargo, un gran protagonista de aquella inolvidable y veraniega noche parisina fue el gran ausente. Se trata de un normando con una provocadora cabellera rubia, artífice de aquella gran gesta, Emmanuel Petit.
No obstante, tampoco pudieron acudir a la cita homenaje otros buques insignia de Francia como Henry o Vieira por diversos motivos. Petit aprovechó tan señalado acto para presentar su libro autobiográfico, Á fleur de peau, en la Fnac de Mónaco.
Editado por la editorial Prolongations, Á fleur de peau no ha pasado inadvertido por el mundillo del fútbol. En efecto, el jugador francés, con su particular óptica, no deja indiferente a muchos de los que fueron sus compañeros y, francamente, no deja títere con cabeza.
A medida que uno se sumerge en su obra, Petit cuenta en primera persona aspectos de su infancia con sus hermanos David y Olivier, éste trágicamente fallecido a una corta edad, sus primeros pasos en el Arques, recuerda su etapa de formación en el Mónaco, el escándalo de corrupción a principios de los noventa en Francia con el Olympique de Marsella como gran protagonista, etc. Con prólogo de Arsène Wenger, cuenta la indiscutible importancia del entrenador galo en su carrera que lo hizo debutar en el Mónaco y lo fichó para el Arsenal, además, de su debut con Francia, el Mundial de 1998, la Eurocopa de 2000, el fracaso de 2002 y la actualidad de les bleus.
Sin lugar a dudas y, dejando a un lado los episodios referentes a el sexo y las drogas, el tema que ha llamado especialmente la atención en España es el apartado dedicado a su etapa en el Fútbol Club Barcelona donde el estilo ácido del rubio campeón del mundo se multiplica enérgicamente.
Dicho capítulo se titula Barcelona pour meon malheur (Barcelona para mi desgracia) y, entre otras cosas, se explaya libremente sobre su surrealista negociación que se acabó cerrando a las cuatro de la madrugada, situación por la que cuenta textualmente que los dirigentes blaugranas parecían vendedores de alfombras por su forma de negociar.
Otros damnificados por la literatura emmanuelesca son Joan Gaspart y José Mari Bakero con los que parece que nunca llegó a congeniar. Aunque el premio se lo lleva el entrenador, por aquel entonces, Lorenzo Serra Ferrer a quien define como un cabeza de canica. Con sus compañeros no llegó a trabar una amistad muy fructífera aunque recuerda a Luis Enrique como el que más carácter tenía.
En su pintoresca obra también tiene un hueco la otra cara de la moneda del fútbol. Lejos de los contratos de publicidad y la imagen exterior que los futbolistas pueden ofrecer, el lado más sórdido del deporte rey cobra importancia en Á fleur de peau. El francés, anotador del tercer gol de la final del Mundial de Francia, cuenta una fiesta en un yate en la que los organizadores humillaban a las modelos, la cocaína, de la que afirma no haber consumido nunca, corría como regueros de pólvora y hace alusión a los porros que, en sus propias palabras, reconoce haber fumado para olvidar.
En el capítulo dedicado al sexo, que también lo hay, destaca el encuentro que tuvo con una chica anónima encima de una mesa de billar. Las cámaras del hotel lo grabaron pero finalmente las imágenes no se difundieron porque el dueño del establecimiento era hincha del Arsenal. También recuerda con especial cariño la canción que los aficionados gunners le dedicaron: He's blond, he's quite, his name is porn slick! Es rubio, es rápido, tiene nombre de estrella del porno. Lo dicho, Emmanuel Petit, máximo exponente del romanticismo francés.
Algunas citas célebres extraídas de su obra son las siguiente. Nótese la fuerte personalidad y estilo del que fuera campeón del mundo.
Si hay algo que lamento en mi carrera es el haber dejado el Arsenal para fichar por el Barcelona.
El día que llegué al club, fui al vestuario para saludar a mis nuevos compañeros. La mayoría de ellos pasaron de mí y ni siquiera me respondieron.
Cuando hablamos por primera vez el entrenador Serra Ferrer me preguntó: ¿Y tú de qué juegas?
Advertí que mi presencia en el club se debía únicamente a las ambiciones políticas de Joan Gaspart, que me utilizó para llegar a la presidencia del Barça.
Jamás en mi vida he vuelto a ver a un cabeza de canica del calibre de Serra Ferrer.
Gaspart me invitó un día a comer a su casa (...). Una vez allí, uno de sus hijos se permitió incluso juzgar mi rendimiento y eso ya fue demasiado.
A la muerte de mi abuelo, pedí autorización a los técnicos para ir a su entierro. No me la dieron y me lo tomé muy mal.
En un partidillo de titulares contra los suplentes, los suplentes ganábamos cómodamente y Serra Ferrer montó en cólera porque yo salvé un gol de los titulares. Aluciné. Discutí sobre ello con el mallorquín y Bakero, su entrenador adjunto, me pidió que fuera un poco más receptivo. Estuve a punto de partirle la cara a ese retaco al que tanto admiraba de joven.
Con Fabien Barthez, organizamos una vez un partido del alcohol contra los hermanos de Linda Evangelista, mujer de Fabien. Fue un craso error porque al final nos dejaron KO, hasta el punto de que Barthez acabó sufriendo un coma etílico. Vaya noche...
He jugado durante siete años con Zidane en Francia. Como máximo, habremos hablado tres veces fuera del campo. Simplemente, creo que no tenemos nada que decirnos pero no es el único. No me hablo con más de la mitad de los bleus del Mundial de 1998. Cuestión de personalidad...
Para organizar un partido de homenaje, es necesario reunir a un número suficiente de colegas. En mi caso, no se si hubiera sido capaz de reunir a once jugadores. Y si para jugar el partido hay que fingir ser colegas, pues no le veo la gracia.
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