El viernes de la semana anterior cuando venía de jugar al fútbol, me sorprendió un cartel que encontré en la puerta de un bar cercano a mi casa. Atraído por la foto y título que mostraba, me acerqué a inspeccionarlo. Pude leer cómo se trataba de un partido homenaje a nuestro tristemente desaparecido amigo Luis allá por el mes de noviembre que, si no recordais mal, mencioné en este blog. La leyenda del folleto, Partido homenaje a Luis El Pirula y una secuencia de fotos de su etapa de jugador en el arcaico Rastro, no dejaba lugar para ambigüedades.
La fecha pensada para el encuentro con los veteranos del equipo era, en teoría, el día siguiente. El horario estaba realmente muy bien pensado por alguna brillante mente: las doce del mediodía en pleno mes de junio. Después de unos cuantos menesteres, acudí como espectador al encuentro que figuraba como obligatorio en mi agenda.
Por suerte, el recinto habilitado para el mismo era nada menos que El Huevo, una pista de furbito abierta un año atrás enfrente de mi casa. Hubiera sido un hecho sacrílego no haber asistido dadas al cercanía y el entrañable recuerdo que me profesaba mi amigo que ni mucho menos había caído en las brumas del olvido.
Con el sol de lleno en este oasis de penumbra, hice acto de presencia en el partido de homenaje con una irreverente puntualidad inglesa. Poco a poco, fueron llegando personas del barrio y demás conocidos del protagonista indiscutible de la jornada. Cabe destacar que la veteranía era un factor bastante común allí puesto que muchos de los presentes habían compartido vestuario con nuestro amigo en sus años mozos. A modo de paralelismo emocional, la situación se tornó etérea cuando, entre tantas canosas azoteas, se esbozaba la figura del pequeño nieto de casi un año de edad de nuestro amigo, de la mano de su madre.
Los caciques, perdón, los encargados de tal señalado acto le dedicaron una placa homenaje a su hija. Aunque resulte extraño, no recuerdo nada de la ceremonia de entrega porque el acto fue tan excesivamente corto que ni sacaron la insignia de la caja. Al poco, se sucedió el rutinario minuto de silencio que, en este particular, quizá debería llamarse siete segundos y medio de silencio. No hace falta que explique los motivos, ¿Verdad?
La organización del encuentro, propia de un elaborado guión de Hollywood, fue tan abrumadora que, en un momento dado, todos los jugadores presentes saltaron al terreno de juego con la misma equipación mientras la pegajosa calor sevillana les achicharraba sus cabezas. Además, pude contabilizar en una ocasión cómo cada equipo estaba formado por la friolera de siete jugadores. Inédito.
Con tanto tipo vestido de igual forma, eso parecía un desfile de Antonio Miró pero, obviamente, con una clase estratosféricamente superior. La cosa llegó a un punto en el que todos los tipos iban vestidos con la camiseta naranja del Real Betis de la temporada 2010/2011 en honor al efervescente beticismo de nuestro inolvidable amigo.
La verdad sea dicha, parecí encontrarme en un frondoso campo de tulipanes holandés. Con muy buen criterio, una de las pocas ideas buenas de esa calurosa mañana consistió en que un equipo se colocara un distintivo peto verde que no fuera susceptible de confusión. Y de esta guisa, comenzó el partido. Sin patrocinadores de por medio ni ninguna sala de prensa con piques entre Mourinho y Guardiola, el silbato inicial, si es que lo hubo, no simbolizó mas que poner fin a unos preámbulos y preparativos olvidables.
Las cosas como son, sí pudre disfrutar de un buen partido. La joven veteranía de muchos no significó que no lo hicieran realmente bien. De hecho, creo recordar un partido contra la pobreza en el Sánchez Pizjuán en el que Davor Suker, jugador de élite, dió un divertido culazo en el césped y mostró una cervecera tripa. A decir verdad, los jugadores allí presentes, mayores en edad que el croata, mostraron un estado de forma físico típico de cualquier sexagenario pero más regular de lo que previamente llegué a imaginar.
Los más jóvenes encontraban el balón con mucha facilidad y marcaban buenos goles en tanto que los más veteranos resistían menos con el ingrediente extra de la calor. Voy a escapar de analizar tácticamente el partido, básicamente, porque fue un partido de barrio y no hay mucho nivel de detalle. Pero hubo un hecho extrafutbolístico que me hizo sospechar que ahí había gato encerrado...
Mientras esos tipos que combinaban tan mal los colores verde y naranja corrían de un lado para otro y lanzaban balonazos al infinito, pude divisar a lo lejos algo que se asemejaba a un tanque de cerveza. Efectivamente, no me equivoqué y me acerqué a preguntar sí serían tan amables de servirme una. El encargado del ambigú me contestó con un enlatado tono que estaban reservadas para el término del partido por lo que debía esperar. Al mismo tiempo, un colega de ese cacique, perdón, encargado se refrescaba el paladar con una refrescante rubia.
Tras sopesar la situación, decidí no darle importancia y seguir viendo el partido que era realmente por lo que había ido allí. La calor que imperaba en el lugar se multiplicó por mil cuando la chicharra emprendió su canto. Al poco, un esclavo confinado a labores de mantenimiento me trató de persuadir para que echase una mano con no sé cual paellera con una incisiva socarronería de la que no conozco precedente. Por suerte, mi astucia me echó una terapéutica mano y me escondí entre los observadores que visionaban ese partidazo.
Lo que en un principio parecía ser un partido homenaje como Dios manda, perdió bastante su esencia cuando vi jugar entre ellos a un niño de catorce años y algunos de ellos, amigablemente, me invitaron a jugar. Las molestias derivadas del sobresfuerzo de la tarde anterior me impedían levantar la pierna y rehusé la invitación. Si en un partido de veteranos, juega un niño de catorce años, me gustaría pensar que el homenaje no es a un niño de preescolar.
Lo que aportaba un poco de familiaridad y gracia a la situación eran los comentarios de los jugadores más carismáticos cuando marcaban un gol o eran sustituidos. Particularmente, fue lo que más agredecí porque representaba el fútbol en su expresión más natural lejos de tanques de cervezas censurados por la tiranía.
No diré aquello del silbato final porque Mejuto González no asistió finalmente. El partido acabó con un 45-36 favorable a los locales, dicho sea de paso, cuando a la gente le dio la gana, cuando ya estaban agotados o cuando ya tenían ganas de una cervecita, teniendo en cuenta que, legalmente, sí se podían tomar después del partido. Las cosas del Código Penal...
Fue precisamente entonces cuando, al igual que muchos presentes, me dirigí al sitio donde servían las cervezas. Al llegar, oí una firme y autoritaria voz que gritaba cual espartano: ¡Aquí sólo beberán los que han pagado previamente! No le di importancia pero en ese momento visioné un cartel justo encima del susodicho personajillo que decía: Para contribuir a la realización del partido, se pide al menos 10 euros por persona. Es decir, si no has pagado, algo lógico porque parece ser que han mantenido en secreto la forma de contribución, olvídate. Lo de la cerveza es para el final del encuentro no es más que una simple excusa, porque somos así de guays.
Lo lamentable es que ese grito de guerra y aviso económico, por llamarlo de algún modo, lo desembuchó uno de los jugadores que más me gustaron jugando. Me entraron ganas de pegarle un balonazo en la cara a ese memo que tanto me gustó como jugador.
En esta misma línea, cuando acabé de leer el letrero con sus respectivas faltas de ortografía, me marché mientras los nubarrones que daban paso a un cielo cargado de hipocresía se iban esfumando con viveza.
Recapitulando, ésta es mi visión de cómo amañar la querida y añorada imagen de nuestro amigo Luis para atraer adhesiones entusiastas populares con el claro objeto de amasar una fortuna considerable. Si a esto le sumamos, la coyuntura económica actual tan desfavorable, todo parece mucho más evidente. Estoy convencido de que Luis, dondequiera que esté, habría hecho las cosas de una forma para que se hubiera respirado un ambiente mejor y todos pudiéramos podido disfrutar con el fútbol y los valores que emanaba.
No estoy diciendo con esto que las cervezas se despacharan de forma gratuita. Ni mucho menos. A lo que me refiero es que si hay que contribuir al homenaje, algo que me hubiera gustado por la memoria de mi amigo, se hubieran dado más facilidades de captación de aportaciones y que nadie se hubiera creido mas que nadie. Porque es ahí cuando empiezan a torcerse las cosas...
Me dio la impresión de que pagaron los dos o cuatro enteraos de turno y lo grandificaron para etiquetarse la impresión pública de que habían invertido una pasta gansa. Respecto al tema de las equipaciones, me parece muy bien que no sean del año de cuando jugaban los de la foto introductoria del post, pero la serigrafía erosionada por la lavadora decía a gritos que no la habían comprado precisamente ayer.
Ya que todos tenían que contribuir al homenaje, hubiera pedido al menos jugar en Old Trafford. Pero claro, las dificultades logísticas que nos deparan de Manchester están ahí. ¿No hubiera sido mejor, además del tema del horario, hacer las cosas con más caballerosidad y no caer bajo la poderosa influencia del dinero? Ahí lo dejo.
si señor buen articulo y las cosas en su sitio
ResponderEliminarun saludo maquina
Muy muy GRANDE esta entrada, el filósofo del tardón jajajaja
ResponderEliminarMuchas gracias a los dos. La verdad es que me animé a hacerla porque ese partido deshonraba la memoria de mi amigoy sé que el lo hubiera hecho con un estilo más estiloso, valga la redundancia.
ResponderEliminarUn abrazo! :)